Pedro Rodríguez. / EPDATodo son gritos y palabras gruesas. Aunque si comparamos con como sueltan por sus bocas los trumps, maskis, putins y mileis varios que gobiernan el mundo, tampoco es que destaquemos mucho y las lenguas mordaces de nuestros periodistas, contertulios, famosillos y políticos ni llegan a la suela de los zapatos a tamaños voceros irrespetuosos, maleducados y malhablados líderes mundiales.
Digo esto al hilo de lo que se viene comentando en los temas económicos que nos rodean. Sentencias como “será la mayor catástrofe económica de la historia de España”, por la subida del salario mínimo; “un golpe de estado a la propiedad privada”, por la ley de la vivienda; “brutalmente anticonstitucional”, por la reducción de jornada a 37,5 horas, están en todos los titulares de la prensa de Madrid. Y como estos tres ejemplos, muchas cosas más.
Después sucede que el salario mínimo nos ha puesto en la cresta de la ola del crecimiento de la OCDE porque, evidentemente, ha incrementado el consumo de las familias. Tampoco la Ley de vivienda parece haber reducido nada del derecho a la propiedad, ya que los propietarios siguen tan contentos mientras suben los precios de alquiler y venta como si no hubiese un mañana.
Pero bueno, eso fue irrelevante, porque ahora sí que sí, seguro que se va todo al garete. “La jornada de 37,5 hr es inasumible, irrazonable e irrealizable” y -como ya se ha dicho antes-, hasta inconstitucional han dicho. Aunque esos personajes a quién aludía al principio, seguro que serían más contundentes, porque al fin y al cabo lo que hacen es desempeñar el papel que les conviene en pro de sus propios intereses sociopolíticos y económicos. Y la desmesura vende en estos tiempos.
Cuando se fijó la semana laboral en 40 horas, seguro que también se nos fue la boca y sin embargo su aplicación nos modernizó y humanizó. Tal cual.
Somos muchos los que venimos a trabajar lo que se conoce ahora como 24/7, sobre todo si somos autónomos, pero la efectividad de las horas no tiene nada que ver con el cómputo de estas y el problema de este país es la productividad. Y ahí la culpa la tenemos mucho más las empresas y los empresarios que nuestros empleados, por no disponer de los medios adecuados para incrementarla. Dejemos de buscar culpables en otro lado. Y de gritar.
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