Leopoldo Bonías En un original film de Woody Allen se describe la vida de
Leonard Zelig en formato de falso documental donde el protagonista encarnado
por el genial actor norteamericano cambia su apariencia y su comportamiento
adaptándose al medio en el que se desenvuelve para poder ser aceptado.
La
película narra su historia e intervienen
diferentes testigos y hasta una psicoanalista, la doctora Fletcher, que
diagnóstica que Zelig es un caso claro de extrema inseguridad que provoca que
se produzca una simbiosis sorprendente con el entorno, de forma que si está con
judíos le crecen barbas y tirabuzones, con gordos engorda y cuando se mezcla
con aristócratas actúa como ellos y defiende posturas republicanas
ultraconservadoras. En definitiva , un auténtico camaleón.
Algo muy parecido está pasando en la
sociedad española y lo comprobamos recientemente en el solemne acto de
juramento o promesa a la Constitución en el Congreso convertido por momentos en
una auténtica charlotada con frases adicionales solemnes de todo tipo bajo la
dirección de un clon de Valle Inclán que contribuía a la patulea parlamentaria
en todo lo que podía como si un contagio colectivo hubiera invadido las
clarividentes mentes de los representantes del Pueblo.
Alguno hasta llegó a
prometer por el planeta. En fin, todo un espectáculo. Se echó en falta alguien
con el ingenio de Manuel José Sieyés, el clérigo galo que ante los abusos de
la Revolución Francesa sólo acertó a opinar “Quieren ser libres y no saben
siquiera ser justos”.
Durante la votación en la Asamblea francesa en el
proceso del rey Luis XVI los diputados
unían a su voto a favor de la pena de muerte para el monarca una frase
rimbombante. Cuando llegó el turno a Sieyés, pronunció un lacónico “la muerte,
sin frases”.
Con la defensa de los animales está pasando algo parecido. Yo
soy de los que piensa que la defensa de los animales es algo muy loable, pero
cuando algo se lleva hasta el paroxismo nos encontramos con situaciones como
las ocurridas en el ayuntamiento de Lorca, donde se realiza un casamiento de
perros policías o la juez que cita en calidad de testigo a una perra victima de
malos tratos en una forma muy peculiar de reconocer los derechos del can. Y es
que el animalismo dogmático está alcanzando tintes de auténtico disparate
traspasando lo sublime para entrar abiertamente en lo ridículo.
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