Patricia Pérez Piqueras, concejala Servicios Sociales, Igualdad, Empleo en el Ayuntamiento de Requena./EPDAEn política no todo vale. O no debería valer.
No vale manipular, no vale tergiversar, no vale ensuciar la verdad solo porque conviene políticamente. Porque lo que queda no es la mentira: lo que queda es el daño. Queda la duda injusta sobre quien no la merece, el desgaste de quien trabaja y la decepción de quien solo quería confiar en algo o en alguien.
Y es profundamente triste. Triste ver cómo se retuercen los hechos para construir relatos falsos. Triste comprobar cómo algunas personas han decidido que todo vale si el resultado es hacer ruido, aunque sea a costa de la verdad y del respeto. Triste, sí. Pero también despreciable. Porque mientras unos tratan de sumar con esfuerzo, con horas y con ojeras, otros eligen restar con mentiras. Y eso no es hacer política: eso es jugar sucio. Y lo más duro de todo es que lo hacen sin sonrojarse. No todo vale. Utilizar la mentira como herramienta política no es solo una falta de ética, es una clara señal de que se ha perdido el rumbo: no hay nadie al volante.
Miente que algo queda, dicen algunos con orgullo mal disimulado, como si ensuciar la verdad fuera una victoria y no una derrota moral. Pero lo que queda no es una idea, ni una propuesta, ni una solución. Lo que queda es el daño: a personas que trabajan con honestidad, a instituciones que deberían estar por encima del barro, y a una ciudadanía que empieza a desconfiar de todo y de todos, y con razón.
Hay algo profundamente miserable en quien siembra dudas sabiendo que son falsas. En quien manipula un dato, recorta una frase o inventa un conflicto con tal de sacar rédito. No es estrategia, es deslealtad. Y lo peor no es que lo hagan; lo peor es que lo repitan sin pudor, sin pausa y sin pensar en las consecuencias. Porque hay límites que nunca deberían cruzarse. Eso no es política, eso es otra cosa. Y es una pena que algunos aún no lo hayan entendido.
Últimamente se ha puesto de moda incendiar desde la copia y el bulo. Se recortan notas, se maquillan titulares y se lanza la información como si fuera un producto de consumo rápido: que se entienda fácil, que suene fuerte, y que la realidad ya se defienda sola… si puede.
Pero la política no es eso. La política —la de verdad— es compromiso con la gente. Y ese compromiso empieza por respetar la verdad, aunque no te dé un buen titular ni una papeleta extra.
Decir lo que no es, exagerar los datos, inventarse problemas o adjudicarse méritos ajenos no solo perjudica a quien gobierna: perjudica a todos los vecinos y vecinas, a los que te encuentras en el ascensor y en la cola del supermercado. Porque cuando la mentira se instala como herramienta política, todo se contamina. La gente deja de creer, se desconecta, y la política deja de servir para lo que debería servir: mejorar la vida de las personas, que es para lo que estamos aquí.
Combatir la desinformación no es solo una cuestión ética; es una cuestión de respeto. Respeto por quienes esperan soluciones reales, por quienes tienen derecho a saber qué ocurre sin tener que ir descifrando qué parte es verdad y cuál es un intento más de manipular.
Cada vez que se lanza una falsedad, alguien paga el precio. A veces es un concejal, a veces un técnico, a veces una persona que simplemente ha hecho su trabajo con honestidad. Las llamadas de teléfono, los mensajes, la desconfianza… todo eso llega, y duele. Porque detrás de cada fake news hay una persona de carne y hueso que acaba siendo el daño colateral de una estrategia con la que nadie gana.
Cuando trabajas con la verdad, se trabaja con hechos, no con titulares. Con transparencia, no con atajos. Y eso no siempre brilla, no siempre se aplaude, pero es lo que toca. Porque lo fácil es hacer ruido; lo difícil es gestionar.
Se pueden tener opiniones distintas, y eso es sano, eso es vida. Pero los datos son los que son. La realidad es tozuda, aunque no encaje en tu argumento. Se puede criticar, claro que sí. Pero sin manipular. Porque cuando se juega con la verdad, se pierde algo que cuesta mucho recuperar: la confianza.
Informar no es lo mismo que inflamar. La política no debería reducirse a titulares ni a comunicados vacíos que solo buscan agitar y no explicar. Hay una diferencia enorme entre comunicar con responsabilidad y hacer ruido para confundir. Siempre hay que elegir seguir hablando con la gente en la calle, dando explicaciones, aunque a veces no sean las más cómodas. Porque a mí me eligieron para eso: para trabajar, para explicar, para rendir cuentas y dar la cara, o eso pienso. No para ganar likes fáciles.
Hacer política es necesario. Hacerla bien, es un deber. Y por eso confío en que aún haya espacio para una política con sentido, con verdad y con responsabilidad. Aunque no siempre haga ruido; porque gobernar no es gritar más fuerte: es hacer mejor.
La política no es un juego de palabras, es un compromiso con la verdad. Quienes juegan con esa verdad para su propio beneficio no solo traicionan la confianza de quienes creen en ellos, sino que destruyen la base misma de la política: el respeto por las personas y las instituciones, y el honor de representar y trabajar por quien confió en ti, y por quien no, también.
Comparte la noticia
Categorías de la noticia