Manuel J. Ibáñez Ferriol /EPDA
“La violencia es el uso intencional de la fuerza o el abuso
de poder para dominar a alguien o imponer algo”. Usar la violencia para defender un criterio o
pensamiento, no es la mejor solución para la buena convivencia democrática. Los
pueblos deben ser gobernados sin poner en marcha las actitudes violentas que
los poderes públicos pueden usar ya que provoca revueltas, odios, guerras y
rencillas variadas que no son la solución más apropiada para resolver
conflictos y situaciones a las que no se ha podido llegar por el consenso de
las partes.
El término en español es una palabra culta, la cual se corresponde con
el sustantivo latino violencia, que deriva del adjetivo violens,
-entis, que significaba «impetuoso», «furioso». En última instancia, el
origen latino de la palabra es el sustantivo vis («fuerza»,
«poder», «potencia»). La violencia fue asociada desde
tiempos muy remotos a la idea de la fuerza física y del poder.
Los romanos llamaban vīs a esa fuerza, al vigor que permite
que la voluntad de uno se imponga sobre la de otro. Vis
tempestatis se llama en latín a la "fuerza de una
tempestad". Vīs dio
lugar al adjetivo violentus que, aplicado a cosas, se puede
traducir como ‘violento, impetuoso, furioso, incontenible’ y, cuando se refiere
a personas, como ‘fuerte, violento, irascible’. De violentus se
derivaron violare (con el sentido de ‘agredir con violencia,
maltratar, arruinar, dañar’) y violentia, que significó
‘impetuosidad’, ‘ardor (del sol)', ‘rigor’ (del invierno), así como
‘ferocidad’, ‘rudeza’ y ‘saña’.
La violencia es el uso de la fuerza (física
o psicológica) por parte del violento o agresor para
lograr objetivos que van contra la voluntad del violentado o víctima.
Pero la violencia puede proyectarse no solo contra personas,
sino contra animales, plantas, objetos artísticos o religiosos, y entornos
naturales o medioambientales.
En el libro del Génesis 4, ya tenemos un ejemplo de violencia.
Según el relato bíblico, Caín y su hermano Abel, presentaron
sus sacrificios a Dios, en sus respectivos altares; al verlos, Dios prefirió la
ofrenda de Abel (las primicias y la grasa de sus ovejas) a la de Caín
(dones de los frutos del campo). Caín enloqueció de celos y
mató a su hermano. Después de esto, volvió a sus cultivos. Al ser interrogado
por Dios acerca del paradero de su hermano, Caín respondió «¿Acaso soy yo el
custodio de mi hermano?». Sabiendo Dios lo que había ocurrido, castigó a
Caín condenándolo a vagar por la tierra; pero le colocó una marca particular
para preservar su vida ante los habitantes de la tierra. En su peregrinaje Caín
llegó a la tierra de Nod donde edificó la primera ciudad a la cual llamó Enoc,
por el nombre de su hijo.
Estamos ante el primer hecho relatado y datado de violencia
contra la persona. Los celos y la envidia provocan actitudes violentas. No es
la mejor forma de proceder ya que suscitar odio provoca revueltas que nunca
terminan bien.
Un grupo de investigadores españoles ha investigado la
violencia como fenómeno filogenético, manejando coeficientes de violencia de especies animales y
humanas a lo largo de la prehistoria y de la historia. Sus resultados estiman que el progreso humano ha bajado la
violencia del homo sapiens del 2% al 0,001 moderno actual. Por otra parte, la Declaración de Sevilla de 1986, elaborada por un grupo de científicos de
la UNESCO, enfrentó las teorías ambientalistas y biologicistas sobre
el origen de la violencia concluyendo lo siguiente: Es científicamente
incorrecto afirmar que tenemos una tendencia a la guerra heredada de
nuestros ancestros animales. Aunque la lucha sea un fenómeno frecuente en el
reino animal, se conocen pocos casos de lucha organizada entre grupos de la
misma especie, y en ninguno de estos se emplean herramientas como armas. Es
científicamente incorrecto afirmar que la guerra o cualquier otra forma de
conducta violenta está genéticamente programada en la naturaleza
humana. Es científicamente incorrecto afirmar que en el curso de la evolución humana
ha habido una selección hacia la conducta agresiva en mayor medida
que hacia otro tipo de conducta. Es científicamente incorrecto afirmar
que los humanos tenemos un "cerebro violento". Concluimos que la
biología no condena a la humanidad a la guerra, y que la humanidad puede
librarse de las ataduras del pesimismo biológico y, afrontar con confianza los
cambios necesarios para ello.
Dejemos atrás las actitudes violentas, porque no sirven para
lograr ningún objetivo que nos planteemos en la vida. El diálogo, es la mejor
forma de conseguir aquello que consideramos justo. La palabra, es quizás el
“arma” más poderosa que tenemos los seres humanos para conducirnos en una
sociedad que debe dejar la violencia de lado. Por lo menos tengamos la
esperanza de conseguirlo.
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