Giro de Gran Vía a Russafa. Vicent Climent Es
raro el usuario de vehículo a motor que no se siente mucho más
agobiado ahora que hace cinco años a la hora de circular por la
ciudad de València. Las políticas de movilidad del Ayuntamiento
están en la raíz de este problema, que antes apenas existía. O al
menos, no se percibía con tanta intensidad.
València
2020. Moverse en coche por la ciudad es en muchos momentos del día,
un suplicio. Y no sólo en el centro, con la progresiva
peatonalización de la llamada ‘almendra’ de la urbe. Las
restricciones a la circulación llevan camino de ampliarse a las
plazas de la Reina, Ayuntamiento y San Agustín, y hay planes de
remodelación de la Alameda que sin duda no favorecerán el uso del
vehículo a motor privado.
Otro
ejemplo de las trabas a la circulación es el giro hacia la calle
Russafa desde la Gran Vía Germanías, que está prohibido desde el
pasado verano. La Policía Local se enteró de la medida la víspera
de tener que aplicarla, y su presencia en la conflictiva zona se ha
hecho necesaria durante mucho tiempo. El tráfico que no gira por ahí
tiene que continuar hasta encontrar poco más adelante, en zonas
habilitadas de la mediana, una alternativa para poder llegar a la
calle Xàtiva sin mayores rodeos. Pero mientras consuma la maniobra,
él y los que van detrás con la misma intención ‘eliminan’ un
carril de circulación efectiva en Germanías.
Si
salimos de esa zona, e incluso si salimos de la ciudad y queremos
volver a entrar, nos encontraremos con situaciones capaces de poner a
prueba la paciencia de un conductor, como recorrer la distancia de
L’Eliana a la avenida del Cid -apenas 15 kilómetros- en nada menos
que una hora, casi más tiempo que el que se necesita para ir desde
el Cap i Casal a Dénia o Castellón. Aunque no hace falta someterse
a tal tormento para comprobar esas sensaciones. Con sólo transitar
por la ciudad ya percibimos la característica principal de la
conducción por València en los últimos años: el agobio.
Pero
no son sólo sensaciones, también tenemos datos objetivos que
refuerzan esa tesis. Hay un informe del máximo rigor, el recopnocido
TomTom Traffic Index 2019, elaborado con datos reales de dispositivos
GPS, y que mide la densidad del tráfico o el nivel de colapso, que
concluye que València ha empeorado sus registros un 1%. Eso ha hecho
que en cada desplazamiento por calles y autovías de entrada los
conductores pierdan un 20% extra de tiempo. El índice de congestión
registrasdo para las calles fue del 24%, y en las autovías, del 13%.
Estrechamientos
Es
cierto que en algunas avenidas principales la política municipal de
obstaculizar el tráfico ha tenido efectos disuasorios, así que en
ellas la circulación es más escasa. Pero hay trampa. Desde su
transformación en enero de 2017, la Avenida del Cid ha bajado en
intensidad del tráfico, y a cambio ha subido el flujo de vehículos
por el Camino de Picanya. Las calles Guillem de Castro y Colón
también han visto reducido su tráfico debido a las transformaciones
que han sufrido. En la estrechada Reino de Valencia (con un bulevar
sin gente por donde podía haber ido el carril-bici sin necesidad de
recortar los carriles de los demás vehículos), así como en la
calle Alicante se deja de circular por incomodidad, porque la
intensidad de tráfico ciclista ha subido mucho desde 2017 y se crean
tapones. Sucede todo lo contrario en los ejes de Peris y Valero
(tercer cinturón interior de ronda de la ciudad) y en las Grandes
Vías, por donde la circulación de vehículos a motor ha subido, al
menos hasta 2018. Y también ha aumentado la intensidad de
circulación en la avenida de las Cortes Valencianas.
Con
lo que llegamos a una primera conclusión: lo que no se circula por
unas calles, se circula por otras, colaterales, con lo que aunque la
‘pacificación’ de los barrios resulte positiva, la ciudad en su
conjunto se hace más lenta.
Regulación
semafórica
Según
el censo municipal, en 2017 había más vehículos registrados en
València (459.034) que en 2015 (456.675). En 2019 se llegó a los
467.754, contando coches, autobuses, motos y camiones.
Definitivamente, la bicicleta no ha conseguido que se deje de
matricular vehículos a motor. Pero aunque la tendencia hubiera sido
la contraria, la sensación de agobio aumentaría por el simple hecho
de que los estrechamientos reducen el número de metros cuadrados por
los que tienen que circular los coches en nuestras vías, explica
Narciso Estellés, concejal de Ciudadanos especialista en movilidad y
transporte. Los expertos distinguen claramente entre intensidad y
densidad del tráfico.
El
otro factor determinante para que aumente la sensación de agobio al
circular por València es la regulación semafórica, cambiada a
partir de 2016 para escándalo de la oposición política, que
argumentaba que de esta forma aumentaría la contaminación por estar
más tiempo parados los coches. Una tesis que defiende el ingeniero
experto en automoción Gerardo Ibáñez: “al parar más veces
generamos más contaminación, ya que el motor sigue en marcha
consumiendo combustible sin recorrido alguno; y al volver a poner el
vehículo en movimiento pasamos a primera velocidad, que es la más
contaminante de todas”.
La
pretensión de la concejalía de Movilidad Sostenible que dirige el
edil de Compromís Giuseppe Grezi, sin embargo, era la de “pacificar”
el tráfico y aumentar la seguridad de los peatones. Para ello se
aumenta el tiempo en verde para ellos en detrimento del de los
vehículos, reduciendo la llamada “onda verde” que va abriendo
los semáforos al paso de los vehículos, que así tienen que frenar
más y bajar su velocidad. La avenida de Vicente Blasco Ibáñez o la
Avenida del Puerto son dos ejemplos. Una fuente municipal experta en
la materia cita como paradigmáticos los doce segundos de semáforo
en verde y noventa en rojo en los momentos de mayor densidad de
tráfico en el tramo de la Alameda desde el ‘Parotat’ hacia el
centro comercial Aqua. “Con un ingeniero en una semana se revierte
a como estaban las cosas hace cinco años” y se desatasca la
ciudad.
Pero
el equipo de gobierno municipal no está en esa tesis. El coordinador
de la Mesa de Movilidad Sostenible de València, el ingeniero y
urbanista Joan Olmos, principal asesor de Ribó en esta materia, no
se puede decir que no tenga las ideas muy claras. En un artículo
suyo publicado en El Diario en 2013, dice “pongámonos manos a la
obra para levantar el velo sobre el enorme disparate que supone
seguir manteniendo un modelo caduco que mata a la gente y destruye la
ciudad. Averigüemos cuáles serían los beneficios económicos,
ambientales y sociales de un cambio de actitud, de un arrinconamiento
de las viejas políticas para, a continuación, imponer limitaciones
y peajes adecuados para repercutir sobre los usuarios los costes
externos que genera el uso del vehículo privado en las ciudades”.
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