Fue Arnold Schoenberg quien "autodenominó" la segunda Escuela de Viena junto a Anton Webern y Alban Berg haciendo alusión inevitable a la primera formada por Joseph Haydn, Wolfgang Amadeus Mozart y Ludwig van Beethoven. Con ánimo de continuar la leyenda vienesa, Schoenberg llegó a pensar que su música y concretamente su sistema dodecafónico (es decir, construido con las doce notas de la escala cromática sin dar más relevancia a unas que a otras), desarrollaría una nueva era en la música clásica europea.
Pero no fue así. Su vaticinio fue un error porque las diversas corrientes estilísticas y demás "ismos" desarrollaron caminos muy distintos, y más allá de la realidad hasta ese momento con la aparición de los sonidos electrónicos. Él mismo fue consciente de este corto camino, y pese a su desvinculación con la música tonal, volvió a sus inicios anteriores al dodecafonismo.
Un claro ejemplo de esta vertiente es la Kammersinfonie n.2, obra en la que Schoenberg trata de redescubrirse ya que tardó 33 años en volver a la composición para finalizarla. Una obra en la que la estética sonora es una de las claves creativas. El tratamiento de la armonía y las tensiones crean un discurso sonoro entre la tonalidad y la ambigüedad pero con la mirada de la sencillez y con una pretensión totalmente estética.
Beethoven vivió en otra Viena y no se autodenominó miembro de la primera escuela de Viena. Quizás no tenía ni perspectiva ni tiempo para pensar en aquello. Pero sí sabía que su discurso no estaba vacío. Su discurso era y es ese lleno de connotaciones políticas, de verdades absolutas, de cuestiones trascendentales independientemente de la ideología.
Beethoven es un político que habla con música. Es como ese momento en que Martin Luther King dijo: "tengo un sueño". Un sueño de igualdad. Una verdad absoluta que no debería ponerse en duda. Beethoven habla con su música, con la verdad de los sonidos, con las dinámicas abruptas desde la más absoluta ternura hasta la voracidad de los esforzandos.
La Cuarta Sinfonía junto con la Obertura Coriolano, estrenadas ambas en el mismo concierto en marzo de 1807, son obras del repertorio Beethoveniano en las que se puede reconocer a ese Beethoven "hijo de la ilustración", de la revolución francesa, aquel que roba el fuego a los dioses para darlo a los humanos en Las Criaturas de Prometeo o eleva a protagonista a Leonora que se hace pasar por un hombre (Fidelio) para rescatar a su marido Florestan, en un claro caso de empoderamiento adelantado a su tiempo. Por no citar, evidentemente, sus 5ª y 9ª sinfonías en las que el pensamiento de universalidad de la condición humana mueve cada una de las notas de su discurso político.
Una escuela y otra al remate sí compartían algunas coincidencias...la construcción del idioma orquestal y la integridad de sus creaciones, e incluso su afán de revolución, que incluso hoy, siguen sin dejarnos indiferentes.
Pablo Marqués Mestre
Director Titular de la Orquestra Simfònica de Castelló, Director principal invitado de la Carpe Diem Chamber Orchestra St. Petersburg, director titular de la Orquesta Sinfónica de la Sociedad “La Primitiva” de Rafelbunyol, y profesor de Dirección de Orquesta en el Conservatorio Superior de Música de Castilla-La Mancha.
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