Esta misma mañana, mientras pensaba en qué contar en esta ventanita al mundo, oí un sonido familiar, el de una dolçaina y un tabalet. Venían a recoger a una fallera mayor, una de las más de seiscientas entre mayores e infantiles que hay solo en la ciudad de Valencia, un número al que hay que sumar todas las falleras mayores de os diferentes pueblos y ciudades de nuestra comunidad, y alguna fuera de ella y hasta en el extranjero.
Las Fallas, ya lo he contado otras veces, son fiesta, pero mucho más que eso. No en vano fueron declaradas patrimonio inmaterial de la humanidad por la UNESCO en 2017. Y, precisamente por eso, no son ajenas al mundo que les rodea. Más bien al contrario, lo absorben e interiorizan como propio. Por eso, tuvimos Fallas marcadas por el terrible 11 M, y más recientemente, tuvimos las Fallas de la pandemia, de la pospandemia y las Fallas del pasado 2024, marcadas por el pavoroso incendio del edificio de Campanar.
Ahora, como no podía ser de otra manera, nos enfrentamos a las Fallas de la Dana. Unas Fallas que fueron las primeras en reaccionar ante la magnitud de la tragedia, cuando los políticos todavía andaban a la gresca buscando culpables en lugar de buscar soluciones. Las Fallas se organizaron desde el minuto 0 en enviar material, en mandar voluntarios y en hacer todas las actividades solidarias habidas y por haber, y en eso siguen. Y, por supuesto, suspendieron toda actividad cultural, lúdica o festiva hasta que las cosas empezaran a normalizarse en la medida de lo posible.
Y en estos momentos, cuando la Exaltación de las falleras mayores de Valencia ha dado el pistoletazo de salida al sprint final de cara a nuestra semana grande, se siente el dolor y la solidaridad por todas partes. Ninots que reproducen parte del horror vivido, que homenajean a voluntarios o profesionales que dieron el callo o que recuerdan a víctimas y desaparecidos, obras de todo tipo inspiradas en lo sucedido y mil y una iniciativas solidarias. De hecho, acabo de pasar por una cola inmensa para ver una exposición de trajes de valenciana cuya recaudación va también destinada a ayudas a las personas damnificadas. Y podría enunciar muchos más ejemplos.
No obstante, las Fallas nunca pierden su esencia. Son festivas, culturales, diversas y centradas en unos monumentos que se basan en la sátira. Pero, tal vez lo más importante y más característico es que, con esa exaltación de lo efímero y del hecho de renacer de las cenizas, transmitimos un mensaje al mundo. La naturaleza nos ha azotado fuerte, pero nos reharemos. Porque en este pueblo estamos acostumbrados a, al menos una vez al año, renacer de nuestras cenizas