Luisa Notario. EPDA
De todo lo que cuenta Heinz Heger en Los hombres del triángulo rosa: memorias de un homosexual en los campos
de concentración nazis, me conmocionó, por el sadismo que transpira, un
fragmento en el que cuenta que hacia finales de 1943 Himmler, líder de la SS y
responsable directo del holocausto, dictó una orden de expurgación de los
homosexuales que indicaba que todo homosexual que aceptara ser castrado y hubiera
tenido una buena conducta sería liberado en poco tiempo. Algunos prisioneros de
triángulo rosa consintieron dejarse castrar, pero solo se les liberó del campo
de concentración para enviarlos con el infame Batallón SS “Dirlewanger” en el
frente ruso, para ser masacrados en la guerra contra los partisanos.
Solo 10 años más tarde la España de Franco se dejaba de
complejos y empezaba a perseguir la homosexualidad de forma clara y activa con
la modificación en 1954 de la Ley de Vagos y Maleantes. Así fue como tuvimos
nuestro propio Sachsenhausen. Homosexuales y transexuales fueron confinados en
los denominados "centros de trabajo" y "colonias agrícolas”,
penitenciarios donde sufrieron todo tipo
de vejaciones y torturas.
En 1970 llegó la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social
y con ella el encarcelamiento de miles de homosexuales y los intentos de
reeducación: internamientos en psiquiátricos
y pseudoterapias aversivas, desde las descargas eléctricas a la
lobotomía, con las que pretendían curar la homosexualidad. Y murió Franco y se
aprobó una nueva constitución, pero ni un solo paso hacia la reparación de la
dignidad y los derechos de las personas LGTB. Aunque en 1979 se derogaron
algunos artículos, la ley no fue derogada en su totalidad hasta 1995, 17 años
después de entrar en vigor la constitución. Habría que esperar hasta 2005 para
que se modificara el código civil que permitiría el matrimonio igualitario, momento
en el que conseguimos, por fin, el estatus de ciudadanía.
Una de las principales reivindicaciones del movimiento LGTB
ha sido recuperar nuestra memoria histórica, al mismo tiempo que exigimos que se
visibilice quiénes somos, cómo somos. Además de que lo que no se nombra, no
existe, la falta de referentes contribuye a la generación de falsos mitos y
estereotipos principales generadores de fobias y discriminación. Esa es una de
las razones por las que en 2019 se celebró el año Mayores sin armarios, como
reconocimiento a todas esas personas que tuvieron que vivir una vida que no era
suya renunciando a ser quienes verdaderamente eran.
Daba la sensación de que el tiempo de las peras y las
manzanas, que nos llamaran personas taradas o deficientes, o incluso se nos
considerara una anomalia, era un asunto de tiempos pasados. Pero la realidad se
impone y la LGTBfobia se nos ha vuelto a colar en las instituciones y desde las
tribunas, con la complicidad de PP y Ciudadanos, nos lanzan nuevamente
exabruptos de odio. El último ocurrió en el pleno del Ayuntamiento de València,
donde Vox negó la persecución y asesinato de los homosexuales por los nazis en
el Tercer Reich. Jamás hubiera imaginado haber tenido que defender la
existencia de un hecho tan incuestionable. Y no es la primera vez que la
ultraderecha hace apología de una LGTBIfobia enfermiza y peligrosa incitando al
odio que legitima a quienes se sienten con el derecho de agredirnos.
Que representantes del partido de la extrema derecha
español consideren que nuestro amor es solo vicio, nos inviten a reconducir
nuestra orientación sexual o a meternos nuevamente en el armario; que llamen a
nuestros niños y niñas “semejantes cosas” o que digan que “han pasado de pegar
palizas a los homosexuales a que esos colectivos impongan su ley”, eso tiene un
nombre y se llama LGTBFOBIA. Una LGTBfobia a la que seguiremos enfrentándonos
con los argumentos de la razón y con la fortaleza aprendida, porque no estamos
dispuestas a dar ni un paso atrás. Los derechos humanos y la igualdad no son
negociables.
Comparte la noticia
Categorías de la noticia