Rafa Escrig Confieso que tengo mis fobias, aunque sean irracionales. Confieso que odio la vulgaridad. Confieso que aborrezco los discursos políticos y el cine español. Confieso que odio las tradiciones, las fiestas patronales, el arroz con pollo y el acento argentino. La penitencia me la impongo yo mismo al tener que convivir con todo ello, me guste o no.
Caprichos tengo muy pocos y normalitos: el último libro de Saramago (lo pediré a los Reyes Magos), una nueva bola para mi colección y encontrarme un día un billete de cincuenta euros. Si ascendemos algunos peldaños en la escala de los deseos, diría que ver editado un libro con mis poemas. Aunque después pienso en Juan Ramón Jiménez, que tenía que editarse de su bolsillo alguno de sus libros o que a Rafael Alberti, tras concederle el Premio Nacional de Poesía, le llamaron de una editorial proponiéndole editar el libro ganador pagándolo a medias. Ya me dirán ustedes. Estos ejemplos se ven mucho en literatura. Así que está claro que lo mío más que un deseo es una utopía y mejor sería olvidarlo. Lo de encontrarme cincuenta euros creo que también lo voy a olvidar.
Todo esto me lleva a que la mayoría de nuestros deseos, pertenecen a un mundo utópico y sólo pensamos en ello para mantener la ilusión en los milagros. Todo el mundo tiene aspiraciones y deseos extravagantes. La mayoría desea viajar a lugares exóticos, tener un yate, hablar inglés como un nativo o hacerse rico con la lotería. Yo también tengo mis deseos extravagantes, no voy a ser menos, pero no soy avaricioso, eso del yate y los millones, lo dejo para los demás. A mí me haría ilusión medir 1´90, ser experto en artes marciales y saber tocar el piano. Pero soy consciente de su dificultad, sobre todo el primero, y creo que aunque sea bastante improbable que me suceda algo así, mantengo mis esperanzas. Pienso en esas películas que suelen emitir por televisión en estas fechas de Navidad, en que se le aparece al protagonista un ángel con apariencia humana y cumple sus deseos más imposibles. Al día siguiente el banco le perdona la hipoteca, le desaparece la barriga, se encuentra en el buzón un talón al portador por un millón de euros, y el Día de Acción de Gracias, se reúne toda la familia brindando por su felicidad. Si eso le ocurre a un simple personaje de película, ¿por qué no va a suceder a alguno de nosotros?
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