Pere Ferrer Nuestras vidas se pararon, a
mitad de marzo, de golpe. Cabía imaginar que las noticias que venían de China
invitaban, cuanto menos, a implementar las medidas de prevención. Pero nos
estalló en la cara como esa bofetada que recibimos todos, en algún momento de
nuestra vida, por parte de alguno de nuestros progenitores, que sabíamos
merecida, pero no pensamos que se atrevieran a darla.
Y en ese estado de shock
transcurrieron los primeros días que se tornaron en semanas. Cuando caiga este
texto en sus manos ya habremos rebasado de sobra una cuarentena que rondará las
casi cincuenta jornadas. Sin duda, un camino largo, duro y doloroso en el que
hemos visto como las estadísticas y cifras han servido para difuminar los
nombres y apellidos de los miles de muertos, pese a que la sociedad y los
medios, algunos de ellos, hayan querido compensar esa carga emocional que
merece el duelo.
Y por ese tortuoso camino hemos
aprendido muchas cuestiones que espero nos acompañen para los restos:
Hemos apreciado que nuestra
casa es nuestro feudo.
Ahora ya sabemos que la
familia es nuestro escudo y nuestro consuelo.
Hemos puesto cara a vecinos
que eran auténticos desconocidos.
Le hemos dado a terrazas y
balcones una dimensión en la que solo algunos pocos creyeron.
Apreciamos la música como
ese canal de expresión que nunca debió dejar de serlo.
Aprendimos que las residencias
no fueron un invento de gobiernos anteriores y que éstas se crearon para CUIDAR
y no para CURAR. Si hay que juzgar su concepción, entonces todos somos
culpables.
Supimos que nuestros
sanitarios son ejemplares y excepcionales, pero el modelo en el que se
rigen es más que mejorable.
Constatamos que la sanidad
privada, en nuestro territorio, se ha quedado con sus puertas abiertas,
ofreciendo una ayuda que no ha sido demandada.
Asumimos que hay crisis
imposibles, pero eso no disculpa que nuestros políticos, todos, sean de
poca talla. Dentro y fuera de nuestras fronteras. Se agradecen las disculpas de
los nuestros, el apoyo con ‘peros’ de la oposición, pero también pesa el exceso
de verborrea de unos o el silencio ausente de ‘oltras’.
Que la industria nunca
debió desaparecer de nuestro territorio, pues claro ¡Y lo dicen ahora!
Que la globalización ha
sido un arma de doble filo capaz de lo mejor… y de lo peor.
Que la tecnología ha sido
la gran aliada a la hora de mantener las relaciones familiares y laborales.
Que los pueblos, al igual
que los niños se han rebelado más fuertes que las ciudades y que,
desgraciadamente, nuestros mayores.
Que todos aquellos con
uniforme o sin él: militares y trabajadores de supermercados, limpiadores y
policías, repartidores, sanitarios, celadores, enfermeros, cuidadores,
transportistas, voluntarios… han recuperado el valor que como profesión de
servicio siempre merecieron.
Hemos comprobado como la cadena
de solidaridad ha crecido entre familias y empresas demostrando que
somos una sociedad cohesionada y plena.
En definitiva, hemos aprendido muchas lecciones de
esta pandemia. Ahora hace falta que aprendamos a vivir sin miedo, pero con
prudencia. Ahora tenemos que vivir de otra manera, valorando lo próximo,
disfrutando de las pequeñas cosas. Sabiendo que somos vulnerables, pero que
pisamos fuerte la tierra que pisamos y que nos mueve la esperanza de saber que todo
irá bien.
Comparte la noticia
Categorías de la noticia