Blas Valentín. EPDACada época tiene su ruido. El nuestro es el de la sobreinformación. Miles de palabras al día, titulares diseñados para indignar, mensajes que no invitan a pensar, sino a reaccionar. En medio de ese estruendo, la lectura reposada se ha vuelto una práctica revolucionaria.
No hablo de leer como pasatiempo. Hablo de leer como forma de estar en el mundo. De leer como atención, como esfuerzo, como resistencia tranquila. Porque lo que peligra hoy no es solo la lectura, sino la capacidad de pensamiento complejo, de escucha, de pausa. Y sin eso, la democracia misma se vuelve frágil.
Lo sabe bien Vicente Luis Mora, autor del ensayo Construir lectores (Vaso Roto, 2024). Su propuesta no es nostálgica ni elitista: es política. Frente a la infantilización generalizada —también desde ciertas políticas educativas— Mora defiende la lectura exigente como una forma de soberanía mental. “Se lee más que nunca, pero menos literatura”, escribe. Y añade: “Vivimos en la época más infantilizada que se recuerda”. No exagera.
En este libro, Mora no se dirige solo a profesores. Apela también a madres, padres, bibliotecarios, periodistas. A cualquiera que todavía crea que formar lectores es formar ciudadanía. Que leer bien no es solo interpretar un texto, sino cultivar una mirada, una conciencia, una ética.
Desde las aulas lo vemos: se puede imponer una lectura, pero no se puede imponer el amor por la lectura. En Llinars del Vallès, donde fui jefe de departamento, recuerdo el rechazo que despertaban ciertas imposiciones curriculares —como El Lazarillo en castellano antiguo para alumnado de 3.º de ESO sin adaptación posible. Lecturas clásicas, sí, pero sin mediación, sin vínculo, sin escucha. Resultado: no amor por la lectura, sino desapego. A veces, incluso rechazo.
Por eso hace falta más que técnica para enseñar literatura. Hace falta vínculo. Empatía. Mirada. Como decía una profesora veterana: no se enseña lo que no se ama. Y lo que no se transmite con pasión, tampoco se queda.
Leer bien hoy no es un lujo. Es una forma de higiene democrática. Una forma de sostenerse en medio del algoritmo. De no delegar el pensamiento en nadie. Porque, como recuerda la investigadora Maryanne Wolf, leer literatura exigente desarrolla empatía, razonamiento abstracto y pensamiento crítico. Leer no es evasión: es presencia lúcida.
Mora lo explica sin alardes. Habla del aula, de la lectura como siembra lenta, de los libros que “terraforman la mente”. No da fórmulas, pero sí herramientas. Su ensayo es una invitación a resistir el ruido, no con gritos, sino con atención. No con consignas, sino con criterio.
Y eso —en tiempos de sobresimplificación ideológica, de polarización cultural, de pedagogías sin exigencia— es revolucionario.
Frente al ruido, leer.
Frente al ruido, enseñar a leer.
Frente al ruido, seguir creyendo que un buen libro, leído en el momento justo, puede cambiar una vida.
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