Susana Gisbert. EPDAParecía que no iba a llegar nunca, pero ha llegado. Nos han abierto las puertas y hemos salido en tromba, como los toros salen de toriles. Y no era para menos, que nadie recuerda haberse pasado cuarenta días encerrado en estas condiciones. Ni siquiera quienes hemos estudiado una oposición, que habíamos empleado el término "confinamiento" para describir esa época, teníamos ni idea de lo que esto podría suponer.
Pero ya está. Si todo sale como debiera, empezaremos la desescalada y en nada nos habremos instalado en esa nueva normalidad que, la verdad, muy normal no parece, pero todo se andará.
Confieso que yo fui de las ansiosas que, el primer día en que podía hacerse, salí a la calle en cuanto me levanté de la cama. Hasta me puse el despertador, no fuera a ser que se me pasara la hora, pero no hizo falta. A las ocho y media mi hija y yo salíamos de casa juntas y sin necesidad de pasear perro, acompañar niños, tirar la basura o ir a comprar algo necesario.
Llamadme cursi, pero me invadió una sensación de libertad que nunca había conocido. Y llamadme más cursi aún, pero lloré. Primero de una forma contenida y luego sin contención alguna. Pero tengo motivos
Por primera vez en tanto tiempo, podía ver a mi madre, aunque fuera de lejos. A sus noventa y seis años, ha vivido una guerra, una posguerra y, cuando ya no esperaba ningún cataclismo, nada menos que una pandemia. Nos fuimos acoplando a vernos a través de videollamada, pero no era lo mismo. Y no era lo mismo, aunque ver su cara al poder ver a sus nietas, aunque solo fuera por la pantallita del móvil merecía la pena.
Por eso lloré al verla. Porque tuve día de la madre con madre, además de con hijas. Porque puedo celebrarlo con ella y porque su noventa y seis años cumpleaños es especial. Es el día en que nos dan la libertad condicional
Así que, es necesario que nos comportemos, que no lo fastidiemos cuando estamos a punto de conseguirlo. Que el puñetero bicho no nos gane, pero, mientras tanto, respetemos las condiciones de nuestra libertad condicional.
Y que sirva de advertencia. Que a nadie se le ocurra infringir las condiciones de nuestra libertad condicional. Que, como me vuelva a quedar sin ver a mi madre, no respondo. Advertido queda.
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