Susana Gisbert.Cuando
estas líneas vean la luz, todavía estaremos celebrando la Feria del
libro de Valencia. Una de todas las que se celebran en nuestra
Comunidad y en tantos otros puntos de España, por fortuna. Y que
siga.
Siempre
me ha gustado el olor a libro. Meter la nariz, sumergirme en sus
páginas e introducirme en otros mundos es un ejercicio fascinante
del que nunca me canso. Y, cuando paseo, o firmo libros, o asisto a
presentaciones en la Feria, compruebo que no soy la única. Y me
siento ligada por un hilo invisible a esa secta peligrosa, los
comelibros. Una secta que tenemos el terrible vicio de leer, sacar
conclusiones, pensar y encima disfrutar con ello. Si eso no es
peligroso, que venga Dios y lo vea.
Hay
quien pensaba que la era de las comunicaciones audivisuales e
internet acabarían con los libros de toda la vida. Que resetearíamos
nuestro cerebro para desterrar los libros como desterramos la máquina
de escribir y el papel de calco cuando los flamantes ordenadores los
eclipsaron. Pero no tuvieron en cuenta el enorme poder que puede
tener una portada, un lomo, y muchas páginas en su interior, aunque
sean en su versión digital. Los libros son unos supervivientes
natos, y los lectores unos adictos imposibles de rehabilitar.
No
obstante, tampoco voy a echar las campanas al vuelo y vivir con las
gafas de color rosa puestas. Soy consciente de las dificultades del
sector, de lo difícil que es no solo escribir sino también vender
libros, y de los continuos obstáculos que se ponen desde muchos
sitios a la cultura. Todavía quedan muchas batallas por librar. Pero
es aleccionador ver pasear a familias enteras, a gente de todas las
edades mirando cubiertas, hojeando contenidos y decidiendo si se
lleva ese trozo de mundo a casa, o si se lleva tal otro.
Y
si eso es un placer, hay otro difícilmente explicable para quien no
lo haya experimentado. El que una siente cuando sus historias cobran
vida en forma de libro, dispuestas a ser leídas por personas a las
que ni siquiera conoce. Y el que continúa sintiendo cada vez que ve
que alguien acepta el reto, que se lleva el libro y un trocito de la
autora con él.
Si,
además, alguien se acerca a tí y te dice que lo que escribiste un
día le ayudó a tomar una decisión, a salir adelante o,
sencillamente, a pasar un buen rato, la sensación roza el éxtasis.
Lo juro. Y perdónenme el arrebato de umbralismo porque yo no venía
aquí a hablar de mi libro, sino de los libros. Pero no lo pude
evitar.
Ojala
nunca los perdamos. Ojala no llegue una generación que los arrincone
al desván del olvido y los sustituya por otras cosa más fáciles,
más instantáneas. Porque habrán perdido mucho.
George
R. R. Martin dijo “un lector vive mil vidas antes de morir; aquel
que nunca lee vive una sola”. Así que ¿por qué conformarnos con
una sola si tenemos miles al alcance de nuestros ojos?.
No
dejemos de leer. Hay miles de vidas por vivir.
SUSANA
GISBERT
(TWITTER
@gisb_sus)
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