La llovizna del último domingo de agosto fue intermitente, y animó a sacar los paraguas a los más precavidos. Foto: EPDA.
Un camino, un retorno a
las raíces y, para los creyentes, nada mejor que hacerlo limpios, de ahí que la
oportuna lluvia que por segundo año consecutivo acompañó el comienzo de las
fiestas tenga muy distinta interpretación según quién la explique.
La del último domingo de
agosto fue una llovizna intermitente, que animó a sacar los paraguas a los más
precavidos, pero que no desanimó en ningún momento a los que estaban dispuestos
a recorrer a pie los tres kilómetros que separan la iglesia de los Santos
Juanes de la montaña donde hace más de cinco siglos un vecino de Puçol, Pere
Muñoz, encontró una talla oscura, de apenas medio metro de altura, con la
imagen de la Virgen al Pie de la Cruz, imagen que con el tiempo se convertiría
en la patrona de Puçol.
Los precavidos, los que
temían la lluvia, prefirieron realizar el camino en coche o, como mínimo, bajo
un paraguas. Los festeros, el cura párroco Juanjo Llácer y los que consideran
la romería como un auténtico peregrinaje, como un proceso iniciático, esos
tenían claro que el viaje debía ser a pie, bajo la lluvia. Tras ellos,
los incansables jóvenes de Protección Civil, la Policía Local y la
ambulancia, por si acaso.
Curiosamente, con todos
los asistentes ya en la cima del Cabeçol (y algunos en las escaleras o al pie
de la pequeña montaña, junto a los vehículos) la lluvia descargó con más fuerza
durante unos minutos, quizá para certificar que los allí presentes habían
cumplido su camino de “limpieza” espiritual.
Eso sí, los asistentes,
más allá de abrir los paraguas, ni se plantearon moverse de sus sillas. Ya se
sabe lo que dice el refrán: “El que se fue a Sevilla…”. No es la cima del
Cabeçol un lugar donde quepan más que unos cientos de personas y, como ya es
habitual, había en torno a un millar en la romería. Si uno se
movía para buscar refugio, ya sabía que acabaría escuchando la misa bajo un
árbol o en las escaleras.
Lo que sí originó la
lluvia fue cierta premura y algún despiste a la hora de colocar los pañuelos
azules (las populares panyoletas) a los niños bautizados durante el último año.
Una tradición que recae en los festeros y con las prisas, junto a cierta
inexperiencia en los jóvenes, unidas al temor a que el chaparrón se repitiera
de un momento a otro, hubo más de un bautizado que se quedó sin recoger su
pergamino o quizá sin la
foto. Aunque sus padres podrán finalizar el acto en cualquier
otro momento.
Pequeñas anécdotas de una
jornada que al final transcurrió con normalidad. La Eucaristía la celebraron Juanjo
Llácer y Vicente Gozálvez, los párrocos de los Santos Juanes
y Santa Marta, y los peregrinos por un día pudieron regresar a sus casas sin
más inclemencias, dispuestos a zamparse un apetitoso desayuno cuando el reloj
ya pasaba de las diez de la mañana, tres horas después de haber comenzado a
andar bajo la lluvia.
“Para los festeros es un
momento especial”, asegura Vicente Alegre, el cap de este año. “Es el inicio de
las fiestas y procuramos que sea un día de convivencia. De hecho, aprovechamos
para almorzar con los festeros casados; luego, por la tarde, algunos estuvimos
en la partida de galotxa y, ya por la noche, cenamos juntos”.
Lo dicho, un día de
convivencia, de rememorar tradiciones. Los más viejos del lugar recuerdan
muchas anécdotas, algunas con la lluvia como protagonista. Pero como reconoce
Vicente, “es imposible que se suspenda la romería del Cabeçol, aunque llueva”.
Y es que la lluvia suele
hacer acto de presencia en las fiestas de Puçol, pero con la romería al
Cabeçol, el último domingo de agosto, suele tener una relación especial: puede
llover, pero nunca demasiado y, desde luego, no lo suficiente como para aplazar
el inicio de las fiestas.
Todo un símbolo para
unos, simple casualidad para otros.
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