Teresa Ortiz Las Administraciones han creado una red de entidades para ejercer unas actividades que, en muchos casos, podrían realizar los servicios propios de cada Administración. Cuando se descentraliza una unidad ejecutiva y se lleva esa carga de trabajo a una entidad pública asociada se supone que es para generar un más rápido, eficiente y mejor servicio público del que podría dar la propia Administración raíz, a un coste de estructura y explotación inferior. En este debate, podría considerarse que, en ciertos casos, una serie de servicios generales podrían ser incluso desempeñados por entidades privadas, pudiendo generarse una sana red de colaboración y gestión público-privada, que en nuestro país está aún en estado embrionario.
Toda esta teoría alrededor de ser capaces de justificar la razón de ser de la legítima existencia de los organismos públicos dependientes de las Administraciones se desmonta cuando, entre toda la amalgama de unidades públicas, en muchos casos, no se sabe ni siquiera claramente la función de la entidad creada y se aprecia claramente que son unidades infladas de personal no cualificado, cuyo único mérito contraído para ser contratado es ser amigo o conocido del político de turno. Esta es la línea conceptual por la que se puede afirmar que el organismo público vinculado se convierte claramente en un "chiringuito".
España tiene casi 20.000 organismos públicos dependientes del Estado, Comunidades Autónomas, Ayuntamientos y Diputaciones. En nuestro país hay un organismo público cada 2.350 habitantes. Entre el Estado y las Autonomías suman 2.372 entidades y alrededor de los Ayuntamientos existen más de 17.000 organismos. A nivel autonómico, el último informe del Ministerio de Hacienda del año 2020 situaba a la Generalitat de Cataluña, con un total de 363 entidades, como el gobierno autonómico con un mayor número de organismos vinculados (empresas, consorcios, fundaciones, entidades autónomas, sociedades mercantiles, etc), con un coste total de 21.172 millones de euros. A Cataluña le siguen de Andalucía y el País Vasco, con 276 y 154 entidades, respectivamente. Con todo, a fuerza de imitar a Quevedo, diremos que no todo son "malas noticias", si tenemos en cuenta que al comienzo del Crash de 2007-2008 la cifra total de organismos en España era de 21.307 y llegaron a haber 421 entidades vinculadas a la Generalitat Catalana a finales 2015.
Con toda esta información aportada, podemos afirmar sin tapujos que España es, sin duda, un país de chiringuitos públicos; casi que un paraíso en sí mismo, negativamente hablando. Es más que evidente el engrosamiento obsceno del sector público y las dificultades que esto entraña para cumplir con los objetivos anuales de déficit. A nivel de Comunidades Autónomas, por ejemplo, todo este entramado hace aumentar su amplia deuda, que ya viene cifrada en 80.000 millones de euros, según datos de 2020 del Banco de España. A nivel de Ayuntamientos, que son las entidades de mayor contacto y cercanía con el ciudadano, el pago de los chiringuitos municipales genera una merma importante de servicios públicos de primera necesidad e impiden destinar un importante gasto público en partidas generadoras de actividad económica, tan necesarias hoy en día con la crisis sanitaria, económica y social derivada de la COVID-19.
El agravante político a todo esto es que los chiringuitos públicos son una potente arma arrojadiza entre la mayoría de las opciones políticas, e incluso las promesas sobre su recorte y eliminación son bandera principal electoral de muchas formaciones. En muchos de los Gobiernos generales, autonómicos y locales aún se están poniendo en marcha nuevos chiringuitos. Sin embargo, las mismas formaciones políticas que los montan y alimentan, en aquellos lugares en los que no gobiernan, usan su existencia para intentar destrozar al adversario político. Esta característica poliédrica de los chiringuitos en función de los intereses políticos puntuales sería casi propia de un inacabable manual freudiano.
En la extensa enumeración de personajes de la política nacional, en materia de chiringuitos, destaca sobre todo el rutilante fichaje del Partido Popular: Toni Cantó. Este político "profesional" pasó en una semana de decir que se retiraba de la política y volvía a la vida artística a fichar con urgencia por el partido azul. Además, con posterioridad descubrimos que ya urdía fines electorales en la Comunidad de Madrid, con mucha más antelación que la de sus actuaciones fingidas de enfado con el funcionamiento del anterior partido que lo sufrió (Ciudadanos). En este universo de los chiringuitos, Toni Cantó ha desempeñado el papel de acusador y acusado casi al mismo tiempo. Ha sido acusador cuando criticaba en todos los medios posibles los chiringuitos nacionales y autonómicos y se ha convertido en justo acusado, cuando ha pasado de criticarlos a aceptar un chiringuito a medida propia regalado por el Partido Popular en Madrid, con un coste a las arcas públicas de alrededor de 75.000 euros. Claro está que Cantó no actúa solo en esta ópera bufa de los chiringuitos. El mismo "Jefe Supremo" de VOX, Santiago Abascal, ha pasado de vivir de un chiringuito del Partido Popular a montar una cruzada en pos de su cierre por toda España. En este caso, el justo acusado ha pasado a ser en poco tiempo acusador.
El corolario de todo esto es que la Administración pública debe adelgazarse con extrema urgencia de los chiringuitos por el bien presente y futuro de la sociedad y por la imagen que damos como país. Además, los partidos políticos no pueden mostrar ni un minuto más una doble cara ante la ciudadanía con respecto a este asunto. Creo realmente en la inteligencia de la sociedad para reclamar una gobernanza real y eficiente y por ello estoy segura de que los ciudadanos elegirán electoralmente la opción política que más coherencia y ética ha mostrado en todo este tiempo respecto al cierre de chiringuitos y a dar ejemplo cuando gobierna. Recuerdo a los lectores que mientras Ciudadanos (Cs) cogobernó la Comunidad de Madrid, controló a Díaz Ayuso, y sin la presencia actual de Ciudadanos en Madrid le ha faltado tiempo a "Doña Isabel" para regalarle a Toni Cantó un chiringuito a medida, del que además no se avergüenzan ni él ni ella.
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