Personas sin techo acuden a comer. EFEA Ramón, un 'sintecho' de 50 años, le preocupa mucho más si podrá comer
mañana que el riesgo de contagio de coronavirus y por eso acude puntual
al reparto diario de alimentos de la Cruz Roja en Alicante, una labor
solidaria de calle que estos días es más difícil porque somos menos los
voluntarios disponibles.
En plena pandemia del Covid-19
escaseamos el número de "voluntarios de calle" que, como el que escribe
estas líneas, estamos previamente formados e inscritos dentro de las
instituciones benéficas.
Eso es así por varios factores
encadenados que dificultan en cierta medida la posibilidad de respuesta
para atender a las personas que sufren en primera persona la pobreza, en
un momento especialmente delicado.
Entre estas circunstancias
están que muchos son jubilados (cuando por fin se tiene tiempo para
lanzarse a una causa solidaria) y que, por lo tanto, son un colectivo
especialmente vulnerable y de alto riesgo en caso de contagio de
coronavirus.
Además de los problemas de conciliación laboral y
familiar especialmente en unas semanas con los hijos sin colegio y
encerrados en casa, otra parte de los voluntarios quedan igualmente
apartados al presentar en esta época del año los habituales síntomas de
catarro o resfriado, que justo coinciden con los del temido coronavirus
(tos, fiebre o dificultad respiratoria).
Y esta casuística se
produce, precisamente, pese a que el coronavirus golpea directamente a
los 'sintecho' porque el estado de alarma ha dejado las calles desiertas
y apenas reciben limosnas ni ayudas directamente de los transeúntes.
No
pueden dirigirse, por ejemplo, a la puerta de las parroquias ni tienen
opción a recoger los sobrantes de alimentos procedentes de bares o
mercadillos, prohibidos en toda España desde hace ya dos semanas.
A
esto se añade que las restricciones de movimiento por el estado de
alarma no les impide seguir viviendo en un cajero, protegidos por un
plástico, bajo un puente o a la intemperie pero, en cambio, sí
desplazarse mucho más allá de donde pernoctan.
Por eso, estos
días es acuciante la labor solidaria para atender a estas personas
normalmente 'invisibles' para la sociedad, y entidades sociales como
Cruz Roja se afanan en buscar entre sus voluntarios manos altruistas que
repartan a pie de calle la comida indispensable para el día.
Ramón
pone voz a Natalia, Raúl, Ricardo y a tantos otros que llegan cada
mediodía al puesto de reparto de alimentos de Cruz Roja en la calle
Teulada de Alicante, donde hasta hace dos semanas cada jueves y sábado
se instala el principal mercadillo de la ciudad.
Ha explicado a
este voluntario que, como todo el mundo, no quiere contagiarse del virus
pero que "mucho más" le preocupa qué poder "llevarse a la boca".
"Nadie
se acuerda de nosotros salvo alguna excepción como Cruz Roja", se oye a
menudo en las largas filas de estos 'sin hogar' que, separados por una
distancia de más de un metro, aguardan pacientemente su 'kit' de
alimentación.
Se trata de una bolsa con dos bocadillos de jamón y
queso, otras dos piezas de fruta, un yogurt, un zumo y una botella de
agua que, junto con un caldo o café caliente, les tiene que alcanzar
para todo el día.
"No hay sitio donde ir para comer: está todo
cerrado a cal y canto", se lamenta otro usuario que al comienzo de la
crisis intentó entrar en el polideportivo de 70 camas abierto por el
ayuntamiento en el barrio de Florida-Babel, aunque pronto se llenó.
Por
todo esto, la labor de los voluntarios tiene estos días más que nunca
nombre y rostro como el de José, de amplia sonrisa y que vive dignamente
en una vieja caravana de un polígono sin despegarse de un respirador
portátil por problemas en los pulmones.
También el de Narciso, de
66 años, sin movilidad en las piernas y cuyos amplios ojos azules
deslumbran en una de las calles del centro, el de Maricarmen, que
malvive bajo unos plásticos, o el del ingles John, que sobrelleva sus
dolores "siempre con sonrisa" (sic).
Son personas como cualquier
otra con virtudes y defectos que, más allá de la razón por la que han
acabado en la calle, agradecen especialmente que sus vecinos
"normalizados" les miren a los ojos y les dirijan un saludo para
sentirse un poco menos invisibles.
Comparte la noticia
Categorías de la noticia