Ignacio Latorre Zacarés No podía ser de otra manera. El pistoletazo de entrada en la “nueva normalidad” lo dio en Requena la Feria del Libro en su trigésimo sexta edición. La lectura ha salvado a mucha gente en la pandemia y los índices lectores se han elevado, algo que ya han notado los libreros. El cartel de la Feria invitaba a vacunarse con lectura, eso sí, sin negar la eficacia de las vacunas médicas, pues los lectores somos gente informada y no negacionistas como Miguel Bosé y otros compañeros de simplezas Era tétrico contemplar a Bosé perpetrando la “espantá del Gallo” con renuncios e insensateces a las preguntas inquisitivas e informadas de Jordi Évole.
Antes de la feria ya se constataba ilusión en la gente. Las casetas ya estaban instaladas en la avenida central y la ciudadanía barruntaba que la feria estaba de vuelta. Excepto el baldón del año 2000, los libros llegaban a su cita puntual desde 1985 con los comarcanos, que no es poco. Quince librerías abiertas cinco días en medio de esa avenida de Requena que ha recién cumplido sus ochenta años de delineación. Pero esa alegría era sobre todo por constatar que lo peor de esta pandemia había pasado y que se abrían espacios de libertad para poder desarrollarse personalmente y comunicarse socialmente. La gente salió, compró libros y disfrutó del ambiente.
Tampoco será casualidad que el primer espectáculo nocturno desde el aciago 13 de marzo de 2020 haya sido una narración oral para adultos dedicada al vino por un excelente contador de historias a la par que escritor. Era volver a los tiempos antiguos con historias al calor de la hoguera comunal y compartiendo el néctar de los dioses. Y allí, al susurro de historias báquicas, nos reunimos los fieles acólitos del arte de la narración con una copa de vino en la mano para festejar que el túnel siempre (o casi siempre) acaba con una luz final. Y bebimos, reímos (mucho) y brindamos por un mundo con una cultura rica y segura.
¿Saldremos mejores tras el caos? ¿Aprenderemos de “esto”? Ahora la memoria es cada vez más flaca. Uno se acuerda cuando en los bares o tertulias de calle la gente mayor recordaba con total nitidez los tiempos recios del hambre y la miseria lo que les llevó a adoptar posturas de prudencia y de contención para toda su vida. Nunca malgastaban nada, ni el sobre de azúcar del café; ellos que sufrieron los tiempos de la escasez y el racionamiento. Ahora la gente se olvida en quince días de los dramas si a él (o ella) no le han tocado. Aunque, a pesar de ciertos comportamientos insolidarios machaconamente repetidos por televisión, la ciudadanía, en general, ha tenido un excelente comportamiento. La gente ha demostrado estar muy por encima de sus políticos nacionales enzarzados en batallas políticas tediosas e intrascendentes. ¿Cuándo nuestros gobernantes se pondrán de acuerdo, al menos, en lo fundamental? ¿Para eso los queremos?
El historiador Ruiz-Doménec escribió en plena pandemia un ensayo sobre las grandes epidemias (pestes, cóleras, gripes...) y entre las clarividentes conclusiones con que finaliza la obra es el reconocimiento de que el siglo del más importante desarrollo científico de la historia de la humanidad es, al mismo tiempo, el de las mayores atrocidades en política con los totalitarismos, en las relaciones internacionales con las guerras civiles y en el orden moral con el Holocausto. Y aboga tras la COVID-19 por el rearme moral y espiritual y una útil y eficaz gobernanza mundial. Para Ruiz-Doménec hace falta un nuevo Renacimiento que es lo que con diferentes nombres han hecho las sociedades que han sabido salir de las pandemias.
Empezamos por los libros, continuamos con la pandemia y terminamos con los libros, pues van siendo el único lugar de la casa donde todavía se puede estar tranquilo (Cortázar dixit). La luz al final del túnel que ya percibo me permite enterarme de cómo vivió el confinamiento mi admirado Julio Llamazares en su última obra “Primavera extremeña”. Aprovechen esta luz también ustedes para leer lo que les apetezca y abstraerse del mundanal ruido. Amén.
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