Susana Gisbert. Un año más, hemos celebrado el Día Internacional de la
Mujer. Y un año más, en nuestra tierra, mezclado con el olor a pólvora y
buñuelos de las Fallas, nuestra fiesta por antonomasia. Y quizá es un buen
momento para reflexionar sobre algo que siempre late en el espíritu de las
fallas: ¿es machista la fiesta? Una buena pregunta, a la que me gustaría dar
una buena respuesta. Aunque no sea fácil. Se ha acusado desde muchos sectores a
las fallas de un recalcitrante machismo. Y aunque así pudiera parecerlo a simple
vista, no es oro todo lo que reluce, venga del brillo de las peinetas, o de
cualquier otro sitio.
No podemos negar que las Fallas, tal como están planteadas
hoy en día, vienen directamente de una época en que el machismo era parte de la
sociedad, y que de esas fuentes bebieron. Pero tampoco podemos dejar de lado que,
al igual que ha evolucionado la sociedad, también lo haya hecho nuestra fiesta.
E incluso que es un buen barómetro para medir esa evolución.
Se acusa a las fallas de utilizar la figura de la mujer como
florero. Pero yo creo que quienes lo hacen no están del todo bien informados,
porque, por suerte, las mujeres ya no tienen vedado ningún puesto directivo en las
fallas, ni en los organismos que las regulan, y acceden a ellos sin más problema
que el techo de cristal que la conciliación supone en cualquier otra área de
nuestra vida. Y hasta es posible que nos hayamos pasado de frenada, que aunque
hay varias mujeres presidentas de falla, aún no está admitido que ningún hombre
pueda acceder al cargo de Fallero Mayor, si tuviera el gusto de serlo. Y ése si
sería un gran avance, vaya que sí. Aun queda en éste, como en todos, mucho
camino por recorrer. Pero andando se hace camino y somos los falleros quienes tenemos
en nuestra mano la llave del avance, sin miedos ni complejos.
Eso sí, a ver si alguien inventa una solución que acabe con
la más tremenda de las discriminaciones, lo que cuesta –en tiempo y dinero-
vestirse de valenciana. Y conste que no quiero que dejemos de llevar esos
trajes preciosos. Pero una de dos, o inventamos una varita mágica que haga que aparezcamos
totalmente ataviadas en un nanosegundo, y que no duelan ni moños ni zapatos…u
obligamos a los hombres a que pasen también por esa tortura de agujas,
horquillas, tacones y medias que se clavan. Aunque fuera solo por un día,
estaría bien que supieran lo que es.
Pero mientras, pensemos que las fallas no tienen por qué ser
machistas. Lo serán o no según las personas que formamos parte de ellas. Así
que, a aplicarse el cuento. Que las peinetas no hagan juego con el traje del
machismo. Está en nuestras manos, y en nuestras cabezas. Con peinetas o sin ellas.
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