Carlos Gil. Hemos
estado tantos meses mirando
al cielo para que lloviera que, en algunos sitios, se nos ha
hecho demasiado
caso. Entre agua y deshielo (más agua), la cuenca del Ebro
está pasando unos
días complicados, especialmente en lo que al sector agrícola
se refiere.
No
me alegro, no. Me da mucha
pena ver como unos agricultores se quejan porque el exceso de
agua está
arruinando sus cosechas mientras, solo unos kilómetros al sur,
sus homólogos hacen
lo mismo por la falta de agua.
El
Ebro ha vertido al mar, en
estos diez días, tanta agua como la que necesita la provincia
de Alicante para
regar sus campos durante dos años. Mientras, solo unos
kilómetros al sur, el
embalse de Ulldecona está seco (y, lo que es peor, con las
obras del trasvase
del Plan Hidrológico Nacional prácticamente acabadas, pero
totalmente
inutilizables).
Lo
que ocurre con el Ebro no es
una cuestión de falta de solidaridad. Es un problema de
egoísmo. Cuando no se
está dispuesto a ceder aquello que sobra, no se puede hablar
de otra manera. Alguien,
en su día, y solo por motivaciones políticas, inventó que el
Plan Hidrológico
Nacional del Gobierno Aznar pretendía dejar seco al Ebro. Nada
más lejos de la realidad,
pero a ese alguien (bueno, a Zapatero) le vino muy bien
defender esa idea para,
junto a su tarifa plana para el Estatut, asegurarse un buen
manojo de votos en
Cataluña. ¿En qué puede estar pensando un presidente del
Gobierno para
sacrificar un sector productivo fundamental en tres
comunidades autónomas
(Murcia, Andalucía y la Comunidad Valenciana) por satisfacer
una reivindicación
absurda e infundada de otra?
¿Y
dónde están Ximo Puig y sus
consellers para reivindicar el derecho al agua del campo
valenciano? ¿Alguien
les ha oído nombrar este tema en la última semana, mientras
los informativos
abren, día tras día, con la crecida del Ebro? ¿Hubiesen estado
callados si
hubiese sido un presidente del Partido Popular el que derogara
el PHN por
decreto? Seguro que no, pero ni se les ha oído, ni se les
oirá, porque para
ellos, la política va delante de la lógica y son incapaces de
poner en tela de
juicio la insensatez de quien fue su secretario general.
El
campo valenciano se muere de sed
o paga el agua a precio de embotelladora, mientras el campo
navarro y el
aragonés se ahogan por el exceso del agua que un día se nos
negó. No me alegro,
no, pero sigo pensando que esta España de las autonomías tiene
muchas cosas que
cambiar si, realmente, se quiere cumplir el principio de
solidaridad que
promulga nuestra Constitución.
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