Este sitio web utiliza cookies, además de servir para obtener datos estadísticos de la navegación de sus
usuarios y mejorar su experiencia de como usuario. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su
uso.
Puedes cambiar la configuración u obtener más información en nuestra política de cookies pulsando aquí.
Me siento decaído y muy culpable; las
noticias no cesan de recordarnos que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades;
que nos hemos endeudado hasta las trancas por tener una vivienda digna; que
somos unos relajados si estamos en el paro y unos privilegiados Insiders,
como diría Vicenç Navarro, si aun lo conservamos; que somos unos ignorantes por
no entender que las Preferentes eran un producto de riesgo creado para grandes
especuladores financieros; que somos responsables del hambre en el mundo por
tirar una berenjena y dos yogures caducados; que si pensamos que la ley
hipotecaria es injusta y reclamar el derecho a la vivienda somos filo
terroristas; ante todo esto me siento sobre todo muy preocupado por mi padre.
Creo que cualquier día Pedro Piqueras, esbozara una media sonrisa al dar la
exclusiva de que la Interpol ha detenido al responsable de nuestra Gran Recesión,
apareciendo tras él la foto de mi padre sonriente en la primera comunión de mi
hermano a mediados de los años setenta.
Curioso que casi por aquella época se
iniciaba la revolución neoliberal que liderarían Reagan y la recientemente
fallecida Margaret Thatcher, algo que Paul Krugman ha denominado como la “gran
divergencia”. Ese momento de nuestra historia en el que no nos dimos cuenta que
la sociedad no siempre progresa en el orden económico y social, sino que
también puede ir hacia atrás. Tras la ruptura del pacto social implícito que se
produjo tras la II Guerra Mundial, quien le iba a decir a mi padre que pocos
años después de aquella foto se enfrentaría como tantos otros compañeros a la
Reconversión Industrial, una de las primeras decisiones de la Europa del Acero;
mucho menos podía imaginarse que unos pocos años más tarde está viendo como la
sanidad ya no es universal; que sus hijos tendrán que jubilarse muchísimo más
tarde que él, y que sus nietas posiblemente no conocerán el sistema público de
pensiones, a no ser que estudien en la universidad algo que será mucho más
inaccesible que les fue a sus padres.
En fin, parece que aquella
revolución Neoliberal nunca existió, quizás Margaret Thatcher (a la que por
cierto deseo haya ido a parar al mismo lugar que desee para su buen amigo
Augusto Pinochet), a base de hacer un par de Sálvame de Luxe, pase a la
historia como aquella dulce ancianita que anunciaba laca para el pelo. A mi
querida generación, que no teniendo bastante con llegar tarde a todas partes,
ahora vamos a presenciar el viaje a ninguna parte de nuestros hijos, siempre
nos quedara Sara Montiel y cantar “El día que nací yo, que planeta reinaría
/ Por donde quiera que voy, / que mala estrella me guía”. O eso, o salir a
la calle a cantarle las cuarenta a alguien.