Papeletas para votar en la fiesta de la democracia. FOTO EPDA El 20N, elecciones generales en España. El pueblo elige a sus representantes para el Congreso y el inútil Senado -¿no es el momento de apretarnos el cinturón? pues, ¿a qué esperan para reconvertirlo en una auténtica cámara territorial o eliminarlo fulminantemente?-. Es, en cualquier caso, la gran fiesta de la democracia. El poder reside en el pueblo o eso suponíamos hasta ahora.
De la noche a la mañana, nos hemos encontrado con una economía globalizada, que ha pillado con el pie cambiado a políticos y expertos, que no han sabido prever ni combatir el tsunami de la crisis financiera, que ha ido evolucionando de la bancaria a la de la deuda pública de los países europeos. Así, casi sin darnos cuenta. De repente, se nos ha presentado una prima de riesgo, que no es de Albacete, sino de origen desconocido; unos especuladores, mercados y agencias de calificación que se han convertido en los dueños del planeta; y unos dirigentes políticos que no han estado a la altura.
El mundo desarrollado está transformándose a una rapidez desmesurada. Se están destruyendo los pilares del Estado del Bienestar en muy poco tiempo. Nada de lo que conocíamos en las dos últimas décadas volverá a ser igual.
Sin embargo, el 20N es día de elecciones generales en España. La gran fiesta de la democracia (gobierno del pueblo, según la terminología griega). Agobiados por la crisis económica y el desempleo insostenible, no nos hemos dado cuenta de otro gran peligro al que nos enfrentamos por culpa de los mercados y especuladores y de los partidos políticos que han dilapidado el dinero de todos, endeudándose hasta niveles insostenibles pensando que la economía siempre permitiría pagar deuda con más deuda. En Grecia e Italia ya lo conocen: la mercadocracia o tecnocracia, esto es, el gobierno de los mercados y los tecnócratas, en detrimento de los políticos elegidos democrácticamente por el pueblo soberano, valga la redundancia.
La crisis de la deuda nos aboca a una crisis gravísima del propio sistema que considerábamos como el mejor pese a sus imperfecciones, el de la democracia. ¿Cómo se puede justificar que los mercados puedan deponer gobiernos si éstos no saben gestionar la economía? Y si no tienen ni idea, ¿qué hacemos los ciudadanos de a pie? El gobierno de los tecnócratas podrá ser más o menos útil, la única posibilidad de salvación para Italia y Grecia probablemente, pero no deja de ser un golpe de Estado en toda regla. Consentido, es verdad, pero en cualquier caso es un torpedo a la línea de flotación de la Democracia.
Parte de la culpa la tienen los propios partidos políticos, que en demasiadas ocasiones juegan a colocar en puestos de responsabilidad a personas sin formación y cuyo mayor mérito es haber ido trepando en la organización política de turno hasta lograr una posición privilegiada. Estos políticos con cargos de responsabilidad que después son los que toman decisiones fundamentales para evitar o amortiguar una catástrofe económica.
¿Nadie se ha parado a pensar en lo peligroso que resultaría llegar a la conclusión de que la democracia es una pantomima?
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