Susana Gisbert. /EPDA
Tengo una orquídea en mi casa a punto de florecer. Tan a punto que cada día la miro una o varias veces con la esperanza de que alguno de los diecinueve capullos que tiene -sí, los he contado- hayan decidido obsequiarme con una flor.
Sé que más de una persona estarán preguntándose qué tiene esto de especial. Y podría decir que nada si no fuera porque quien me conoce sabe que lo mío con las plantas es una relación francamente mejorable. Y si a eso le sumamos que la orquídea en cuestión me la reglaron por un 25 de noviembre de hace dos años, la cosa tiene todavía más mérito. Por eso lo cuento.
De pronto, he descubierto a la amante de las plantas que vivía en mi interior sin que yo lo supiera, aunque confieso que me empiezo a impacientar. Cómo le cuesta a mi planta florecer. Y más cuando veo en redes y chats a amigas y amigos que presumen de tener sus orquídeas preciosas
La verdad es que no sé si las suyas se adelantaron o la míe es remolona, pero lo bien cierto es que todavía no estamos en primavera, aunque las temperaturas se empeñen en decir lo contrario y el sol campe por sus fueros. Así que, cuando compruebo que aun no hay ni una flor, me lo repito a mí misma: faltan unos días para primavera.
Tiene su aquel estar pendiente de una planta cuando pasan tantas cosas en el mundo, cuando son tantas las preocupaciones diarias, pequeñas y grandes, que nos rodean. Pero no puedo evitarlo, ni quiero hacerlo tampoco. Como me gusta sacarle punta a todo, pienso que es el modo en que la vida m recuerda la importancia de las pequeñas cosas, a la vez que me dice que no todo está a nuestro alcance en el momento que queremos, que la naturaleza tiene sus pasos y sus tiempos y no queda otro remedio que tener paciencia. Y no es una mala enseñanza, desde luego.
No sé si cuando estas líneas vean la luz mi orquídea habrá florecido, aunque todavía no haya llegado la primavera. Tampoco sé si dará una o muchas flores, ni su color, porque ni siquiera recuerdo el que tenían cuando me la regalaron, así que eso también será una sorpresa. Mientras tanto, yo seguiré mirándola todos los días con la esperanza de que se haya abierto por fin. Y haciendo un ejercicio de paciencia que, en los tiempos que corren, no es nada desdeñable.
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