Susana Gisbert.Hace
apenas unos días celebrábamos -o no- el día de Todos los Santos.
Así lo hemos conocido toda la vida, aunque ahora sea Hallloween, el
día de los muertos, la fiesta del “Truco o Trato” o la excusa
para hacer la enésima fiesta de botellón, esta vez con disfraz de
zombie. La cuestión es que, al menos teórcamente, el leit motiv de
esta fiesta son los muertos y el efecto que su sola invoación suele
causar, el miedo.
Pero
seamos realistas. Nadie se asusta ya de muertos vivientes, fantasmas
o brujas. Menos aun si van con calabazas y caramelos, o con bolsas
llenas de bebida, según la edad. Tampoco da susto alguno, sino más
bien nostalgia, la otrora pavorosa escena del cementerio de Don Juan
Tenorio, una tradición propia que estamos perdiendo. Esas son cosas
de un solo día.
Hay,
sin embrago, cosas que me dan miedo todos los días del año. Y
algunas cada vez más. Me da miedo comprobar el auge que determinados
movimientos -por llamarles de algún modo- están alcanzando. Me dan
miedo dirigentes de diversos países que no se cortan un pelo en
hacer manifestaciones xenófobas o machistas, sin el más mínimo
atisbo de solidaridad, ni siquiera de humanidad. Y la masa que les
sigue, aquí, allá y acullá.
Me
da miedo la indiferencia con que vemos imágenes de gente pasando
verdaderas calamidades en todos los puntos del planeta sin siquiera
dar un respingo en nuestros sofás. Me da miedo que a muchos de
nuestros jóvenes esas cosas les importen un pepino, y que sea más
acuciante conseguir unos likes en Instagram.
Me
da miedo también que el machismo campe por sus fueros y que sigan
asesinando, violando y torturando mujeres en cualquier parte del
mundo sin que nos altere. O que solo nos altere si alguna de esas
mujeres es nuestra vecina, nuestra hermana o nuestra amiga o si las
circunstancias son suficientemente morbosas para despertar nuestra
curiosidad.
Me
da miedo la crispación constante en la que vivimos. Que haya quien
sea capaz de todo por una bandera y no sea capaz de ver a la persona
que la porta.
Me
da miedo, además de una infinita tristeza, que la juventud tenga
asumido que el día de mañana tendrá que irse al extranjero si
quiere tener u futuro, o que se quedará a cambio de un trabajo
basura con un sueldo basura, y eso con suerte.
Y,
sobre todo, me da miedo que todas estas cosas, y muchas más, no nos
den miedo.
Espero
que en algún momento volvamos a asuntarnos con los fantasmas de las
sábanas y las cadenas, y no con los que no somos capaces de ver cada
día. Tal vez entonces sepa contestar a esa pregunta que nunca he
entendido. ¿Truco o trato?
SUSANA
GISBERT
(TWITTER
@gisb_sus)
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