Un coche aparcado sobre una plaza de minusválidos de Puerto de Sagunto. FOTO I. R. Ocurrió lo que ocurre todos los días en cualquier ciudad española que se precie. Que algún desaprensivo con un poco de prisa y otro poco de poca vergüenza utiliza una plaza reservada para minusválidos y así salir del paso cuando no hay aparcamiento a la vista.
Señores, rayas pintadas en el suelo como las que aparecen en la foto no son arte contemporáneo dentro de un mobiliario urbano, sino espacios estrictamente necesarios para personas con algún tipo de discapacidad y que por supuesto deberían ser absolutamente respetados por parte de todos, ya no por normas impuestas, sino por la propia elección de una acción solidaria.
Hace unos días fui testigo de la infracción que cometió el conductor o conductora del vehículo que aparece en la imagen y el cual, con total tranquilidad, obstaculizó ese espacio por más de una hora. Pero lo peor de esto es que éste no es un hecho aislado, sino que por desgracia sucede de manera habitual en distintos puntos de nuestras ciudades.
Es cierto que a todos nos gusta aparcar lo más cerca posible de nuestro lugar de residencia o del sitio donde vayamos. También es verdad (tal y como ocurre en mi caso al tener este tipo de vados en mi propia puerta) que el espacio de aparcamiento se reduce, pero creo que tenemos piernas, brazos cabeza y suficiente corazón como para entender que hay gente que depende de ellos, y no por placer, sino por necesidad.
La cesión de este tipo de espacios ocasiona la aparición de derechos por parte de los usuarios correspondientes y obligaciones del resto de ciudadanos. Dichos usuarios deben tener plena disponibilidad en tiempo y espacio de la zona, mientras que el resto de conductores tienen totalmente prohibida la invasión de la misma.
A priori la palabra derecho suena más bonita que la palabra obligación, sin embargo… ¡Paremos a pensarlo bien!
¿Acaso piensan realmente que los usuarios de estas zonas sienten alegría por tener un derecho como este? Lo dudo mucho. Estoy convencida de que todos y cada uno de ellos estrían encantados de aparcar y caminar kilómetros hasta su lugar de destino a cambio de la desaparición de cualquier tipo de discapacidad o minusvalía por su parte.
Pero aún hay más. Lo que más me impresiona de todo esto es que sí que se observa cierto civismo en estos casos. Lo malo, es que ese civismo proviene en su gran mayoría de los propios usuarios de estos espacios reservados, que al llegar y comprobar cómo un vehículo ha invadido su zona o parte de ella, intentan ser pacientes y esperar a que el conductor en cuestión aparezca y lo retire.
Vivimos en un mundo de locos, con medalla de oro conseguida por la más cruda vehemencia en cuanto a una convivencia entremezclada con un claro egoísmo consentido.
Es por ello, (y no hablo como comunicadora sino como ciudadana) que me gustaría hacer un llamamiento a los conductores para que respeten de una vez cuestiones tan esenciales como esta, así como a los cuerpos oficiales correspondientes y competentes para que agudicen su atención ante este tipo de infracciones, que aunque no sean tan peligrosas como otras muchas, no son menos importantes.
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