Ángeles Sanmiguel. /EPDAPerpetuarse es el sueño dorado de toda hegemonía por lo que cualquier método, por atávico que parezca, es utilísimo a la hora de presenciarse fantasmagóricamente, siempre bajo el auspicio de la dinámica, automática, imitación transgeneracional y de rituales, por rancios que sean. En tauromaquia “Madrid se ha gastado ocho veces más de inversión”, “La plaza de Las Ventas no puede hacer otras cosas que no sean toros, pierde dinero y se le inyecta dinero porque es la única forma de mantenerla”. Este fantasma de tiempos pretéritos donde torturas y sacrificios sangrientos constituían la llamada popular a cruentas demostraciones de poder, cuesta al pueblo millones de euros. Jaime, coordinador de AnimaNaturalis en Madrid, como tal, revisaría la pública puesta en escena contra dicho espanto mientras citaba los improperios que reciben de la feligresía que aún idolatra el martirio como algo inherente a connotaciones patrias convencida de que la barbarie es uno de los paradigmas identitarios, o abrazan la creencia de que apoyar dicho negocio le salvaguardará del vertiginoso cambio social, económico y tecnológico. “Personas nos dicen cosas y llegan a ser violentas, aquí nos han tirado tapones gritando ¡iros a fregar!”, dirigiéndose repetidamente a las voluntarias del equipo. La tauromaquia, sin duda, es un espectro de antaño, “la gente no quiere tauromaquia”, cuando turistas desinformados descubren de lo que se trata, “en el segundo toro ya no están” en la plaza, abominan de algo tan retrógrado y cruel. Por su parte quienes ejecutan tal atrocidad tampoco es que sea un colectivo que pueda vivir de ello, “su trabajo real es otra cosa, por siete o doce festejos no puedes tener una vida, solamente viven de él doscientas personas, hay muchos toreros que viven del taxi”. Sucesos como la tauromaquia constituyen un punto en la inculcada vetusta memoria de clan que recrea el machismo, franquismo, nepotismo, antropocentrismo, clasismo y otras lindezas.
Parangonarse de fervores antepasados oculta temores por perder prebendas que el progreso acarrearía, en base a tal premisa, a nivel institucional, nadie suelta su puesto en el escalafón cumpliendo para ello con los irrefutables mandamientos de un caricaturesco entramado gubernamental totalmente ajeno a la realidad del siglo veintiuno y sus nuevas e instruidas generaciones a las que doblegan mediante mordazas, espionaje y penuria. Espacios absurdamente sacralizados conservan las vísceras de regímenes anhelantes de la inmortal divinización ambicionada por césares, faraones y proverbiales cabecillas absolutistas de variopinta calaña.
De diez a quince años se prevé que duren los “grandes festejos de capote, aunque festejos menores van a tardar más, quizá treinta años”. Aquellas empresas que se quedan con las concesiones de las plazas para corridas de toros no cubren gastos, regalan entradas, y pagan sobrecostes, pero el dinero público llega por ensalmo inyectando solvencia a la quiebra como en el caso de Madrid donde en el último año ha sido “cuatro veces más”. ¿Chanchullo como diseño de negocio? ¿Robar dinero al pueblo para mantener infamantes capillitas?
Actualmente se corre el peligro de que el megaespectáculo mediático sobrepase los límites de absorción cognitiva del público desconectándolo del ejercicio de criterio en pos de un peligroso arrobamiento por el cuerpo a cuerpo entre congéneres. Con la señal de alarma parpadeando en “sillones” preferentes de quienes trabajan entre bambalinas, se echa mano de estrellas resurrectas que otrora iluminaron la política favoreciendo la afección en supervivientes de otrora. Chamanes momificados salen a la palestra luciendo espléndidamente tras recibir la trasfusión de actualidad ofrecida por lozanos peones que les utilizaran de calzador para cuando la arena del reloj termine de caer. Dejar la escena es duro. Calvero personaje protagonista de la película Candilejas, interpretado por Charles Chaplin, así lo manifestó deprimiéndose al no recibir el aplauso del auditorio.
Desde Castellón, Zaragoza, Barcelona, La Rioja y Madrid acudieron a la puesta en escena antitaurina protagonizada por seis jóvenes, cuatro chicas y dos chicos, que, con el torso desnudo y cornamenta en sus cabezas, se tumbaron sobre capotes confeccionados por una pequeña empresa ajena al mundo taurino. Así, “representando a los toros “, como apunta la activista animalista Maica y “de forma activa y pasional” en palabras de María José, venida de Madrid, fueron filmados por medios informativos como la agencia internacional Ruptly. Emilio antes de tumbarse confesaría que “cada vez hay más partidos valientes” contra el maltrato animal. “El movimiento antitaurino se remonta a Isabel la Católica, nunca se nos había dado voz hasta hace poco, nos dicen que vivimos en Disney” comenta Jaime añadiendo que “la carne de lidia que se vende, realmente el toro no ha sido toreado, el animal muere dentro de toriles” donde los desuellan, “esa carnes es tóxica”. “Si no llevas a tus hijos a un matadero, ¿por qué les llevas a ver morir a un animal de forma cruel?”. La Coordinadora Animalista Comunidad Valenciana, Pacma, Nac, la Plataforma Antitaurina Alfafar y otras entidades estuvieron en la denuncia.
¿No es penoso reconocer que escalofriantes fantasmas pululan por la trastienda política nacional? Apariciones de ultratumba como la del conde de Duranvill, denominado el conde Negro, sentencian a quienes violan sus autocráticos dictámenes y últimas voluntades que, en el caso del noble escocés, debido a tal maldición, “nadie toca nada del castillo, desde hace muchísimos años”, relata Juan José Bonilla. Parece inaudito que en estados presumiblemente democráticos occidentales la “Vieja Guardia” continúe gestando ataques a la salud poblacional juramentándose en la desaparición de cualquier atisbo de activismo pacífico solidario o inquietud socio cultural, reanimando al fantasma de la represión. Salomón Sellam, médico francés aseveró que: “el fantasma, en todas sus formas es efectivamente una invención de los vivos”. Espantajos de la coerción vuelven a intimidar, algo ya padecido en España, también, por humoristas como el escritor y director de La Codorniz Álvaro de la Iglesia quien llegó a recibir amenazas de muerte, “otros fanáticos, más furibundos todavía, asaltaron la Redacción disfrazados con camisas azules y armados con pistolas, cadenas, botellas de ácido , etcétera”, refiere, por haber sido acusado de, supuestamente, llamar “memo” a un ministro, siendo sentenciado a seis meses y un día de prisión y la correspondiente multa. ¿Hasél? Esa “Vieja Guardia” y replicantes accionan el potro desmembrando cualquier disidencia o disensión con las poderosas agendas de las “familias”.
Quien no pase por el aro en el entramado ipso facto desaparece del listado preferencial activando el efectivo canibalismo político esencia de la supervivencia en el negocio. “Comerse” a cualquier dirigente de alto grado cualifica a quien instiga y acomete tal ingestión a la par que activa la “magia mimética”, citada por el investigador en arcaísmos tradicionales y cabalista Manuel Seral Coca, en el resto del grupo velando o favoreciendo hechos truculentos y enérgicos golpes de timón. Ante el festín caníbal electoral la pira está prendida en espera del primer achicharramiento de quien, aun siendo popular, es prescindible, o bien de esas otras personas que como expone un chiste de la citada revista satírica: “En una tribu de caníbales, una mujer lleva a su niño al hechicero y le dice: -Me preocupa mucho este niño, doctor: no quiere comerse a nadie”.
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