El cine francés rinde un merecido homenaje a uno de sus artistas más internacionales y reconocidos con este esmerado filme. El relato procura ser auténtico, renuncia a los efectismos y busca despertar las emociones cuando corresponde. Solo peca de ambicioso. Comprime en 133 minutos la vida de la estrella y aunque el montaje es intachable, profundiza lo justo en episodios potencialmente interesantes. Su cuidada factura técnica admite pocos reparos y el reparto se muestra siempre a la altura.
El matrimonio Aznavour, de origen armenio, se instaló en París huyendo del genocidio turco. Allí nació Charles, que desde niño cultivó la afición por el teatro y la música. A los 18 años formó un exitoso dúo con el pianista Pierre Roche. La amistad y colaboración con Edith Piaf le proporcionaron las tablas que todavía le faltaban. Antes o después debía lanzarse a continuar en solitario, lo cual suponía alejarse de los que le habían acompañado hasta entonces.
Sin cargar las tintas en ningún sentido, exhibe con honestidad sus virtudes y defectos. Estructura la historia en cinco capítulos. Dedica el primero a su infancia y va deteniéndose brevemente en los hitos que le marcaron. Trata de manera somera las vicisitudes sufridas durante la ocupación nazi. Ofrece únicamente unos apuntes que invitan a investigar sobre la arriesgada implicación de toda la familia.
Recrea con mayor detalle los comienzos de su carrera. Estos pasajes son los mejor acabados. Capta la atención al contar el modo en que fue ascendiendo tras sobreponerse a unos cuantos fracasos.
Resulta evidente la precipitación que recorre los últimos compases. El metraje consumido obliga a comprimir la etapa crepuscular e incluso el cierre se antoja un tanto frío.
Entre sus aciertos cabe señalar la relevancia que otorga a quienes se mueven alrededor del protagonista. Inevitablemente, algunos quedan relegados, como, por ejemplo, su cuñado Georges Garvarentz, que le compuso varias canciones.
Los responsables de la ambientación y los diseñadores del vestuario cumplen con creces. El maquillaje se ha esforzado por recuperar la imagen del cantante sin conseguirlo por completo.
Tahar Rahim (Un profeta) no llega a tener un parecido físico suficientemente razonable con la figura que encarna. No obstante, suple esa circunstancia con su indiscutible compromiso, lo que le permite responder a las exigencias del papel. Le secunda la actriz Marie-Julie Baup, que se luce interpretando al Pequeño Gorrión.
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