Galería de la Academia en Venecia. EPDAA
la edad de cuarenta y seis años (1616) el insigne dramaturgo
valenciano Guillén de Castro y Bellvís, abanderado de la nueva
comedia lopesca, se propuso recuperar la desaparecida Academia de los
Nocturnos, singular sociedad creada por Bernardo Catalá de Valeriola
(caballero de la Orden de Calatrava) que finalizó su actividad en
1594: «En el mes de septiembre, 1591, nos reunimos unos cuantos
caballeros y amigos para ejercitarnos en obras y actos virtuosos».
En dicha Academia, además de abordarse temas como la poesía, la
prosa y lo científico, cada miembro se hacía llamar por alguna
palabra relacionada con la noche. Su fundador fue Silencio; Jerónimo
Virués, Estudio; Gaspar Aguilar, Sombra, y así, todos y cada uno de
sus cuarenta y cinco componentes. El autor de `Las mocedades del
Cid´ —de sobrenombre, Secreto—llevó a cabo su empresa y la
denominó Montañeses del Parnaso, aunque no consiguió que perdurase
en el tiempo y desapareció demasiado pronto.
En un acceso de
ingenuidad y esperanza, recordé a Gregorio Olías (alias Faroni),
personaje de la novela `Juegos de la edad tardía´, de Luis Landero,
y envidié su capacidad para transformar el mundo creando —aunque
solo fuese de manera virtual— aquellas instituciones y espacios de
encuentro que todo artista y enamorado de la cultura desearía tener
en su sociedad. De esta manera, más que un Café de los Ensayistas,
visualicé un foro en el que los escritores valencianos encontrasen,
no solo un punto de encuentro, sino un centro neurálgico de
conferencias, cursos, congresos y debates que lo convirtiesen en una
referencia nacional: imaginé un odeón inundado de literatos que
encontraban en él un hogar. He de confesar que no se me ocurrió
ningún nombre para bautizarlo. Quizás, Soñadores del Parnaso (por
rebajar un poco las ínfulas glorificantes) o Academia de los Diurnos
(por llevar la contraria y ampliar la lista de seudónimos asociados
al día) serían buenas nombradías para un proyecto de este calibre;
pero lo cierto es que, de inaugurarse esa academia, a día de hoy no
contaría con un nombre luminiscente en su puerta.
Pronto, me vinieron
a la cabeza otras academias valencianas, como la Academia Ficticia de
Pedro de Urdemalas, cónclave virtual que aparece en la novela `El
sutil cordobés Pedro de Urdemalas´, de Alonso Jerónimo de Salas
Barbadillo, y encontré muchas justificaciones para defender una idea
así. Traté de componer en mi mente la realidad de ese sueño y
puedo decir que casi vi y toqué una Real Academia de Buenas Letras,
no únicamente de Valencia, sino de la Comunidad Valenciana. Imaginé
a las tres Generalidades y Diputaciones trabajando de manera conjunta
en un proyecto común que colocase a la poesía valenciana en el
lugar que merece en el escalafón nacional; vislumbré las ventajas
de potenciar la literatura y sus efectos benéficos en la salud
mental, en la tolerancia o en el —tan importante— fomento del
pensamiento crítico. Una nueva generación ilustrada podría emerger
de las entrañas de esa academia con la única misión de transformar
y mejorar el mundo.
Entonces me formulé
una pregunta, ¿la Comunidad Valenciana no merece una academia que
recoja su excelente literatura y se vuelque en su estudio,
preservación y divulgación? Creo que existen las herramientas
necesarias para hacerlo y, en cuanto a la tradición y calidad de
nuestros escritores, no veo que tengan nada que envidiar a Barcelona,
Granada o Sevilla, ciudades españolas que sí cuentan con sendas
Academias de Buenas Letras que las empoderan.
Ayuntamientos y
Generalidades pueden hacer realidad —cuando sea apropiado— ese
sueño para todos los valencianos, alicantinos y castellonenses. Una
institución concebida como corporación de derecho público,
conpersonalidad jurídicapropia, que cuente desde su
fundación con una nómina de —por ejemplo— 30 académicos de
número, puede nombrar académicos de honor a personas de elevado
prestigio, así como académicos correspondientes a los escritores e
investigadores elegidos que residan fuera de la Comunidad Valenciana
y estén vinculados a la academia por su labor investigadora y
cultural.
Los fines de una
academia así justificarían con creces la inversión necesaria para
ponerla en marcha y poder ver los resultados de una gestión
comprometida: promover el estudio de las buenas letras estimulando su
ejercicio y formación; contribuir a ilustrar la historia de la
Comunidad Valenciana y de España; publicar memorias, discursos y
cualquier otra clase de escritos que puedan contribuir a divulgar el
conocimiento de la literatura y promover su aprecio y valoración;
recopilar y conservar libros, escritos, manuscritos y cualquier
documento relacionado con la literatura, propiciando la reedición de
obras de interés o incluso inéditas; formar una biblioteca
especializada con colecciones de referencia sobre los conocimientos
que cultiva; organizar conferencias, cursos, concursos y seminarios;
cultivar y potenciar las relaciones con las demás academias,
estableciendo con ellas intercambios y tejiendo redes colaborativas
en busca de sinergias, y un amplio etcétera.
Estética del
fracaso o no, sobran los motivos para reivindicar la existencia de
una entidad de estas características. La poderosa e invisible
pandemia de los ismos: egoísmo, individualismo, infantilismo,
consumismo, conformismo, etc., influye cada día más en la
conciencia del ciudadano medio, poniendo en peligro su independencia
intelectual, así como su capacidad de discernimiento. Cada día se
hace más necesaria una implicación comprometida de la
Administración en el ecosistema cultural: verdadera cuna de maestros
y filósofos que, de alguna u otra forma, terminarán influyendo en
las conciencias —no solo— de nuestros hijos.
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