Vicente Montoro /EPDA El establecimiento y posterior celebración de los Días Internacionales es, en realidad, otro capricho más de este mundo cada día más globalizado e interconectado. Y digo capricho porque la conmemoración no supone nada más allá que eso: puro teatro. Que hoy sea 17 de mayo no quiere decir que se vayan a producir menos delitos con agravante de homofobia, bifobia o transfobia. Porque el odio sigue existiendo y poner tuits, publicaciones en Facebook o reenviar un mensaje indiscriminadamente por WhatsApp no va a hacernos menos vulnerables. Ni que nos maten menos.
Seguimos siendo personas asesinadas, difamadas, asaltadas e, incluso, acosadas porque tenemos gustos diferentes a los que normativamente se han enseñado a lo largo de la historia pero que, aun así, existían igualmente. Porque los sentimientos van más allá de la razón y se prevén incontrolables. Legislar sobre los sentimientos es harto difícil, pero encontrar el castigo al odio debe ser obligación como mínimo, moral, de todos.
La legislación en aras de la libertad es la única que puede y debe dotarnos de aquello que todos ansiamos: la erradicación del odio. Una legislación cuya piedra angular sea la educación para cambiar el rumbo de una sociedad que parece estar abocada a la división. Una legislación que invierta todos los esfuerzos en mejorar las necesidades de quienes son hoy el presente y protagonizarán mañana el futuro.
Los problemas sociales siempre estarán reflejados en los parlamentos, razón por la cual son la viva imagen de la sociedad en que vivimos. Alguna fuerza política tomará en consideración nuestros problemas para atajarlos y luchar contra ellos, pero el verdadero problema lo tenemos la ciudadanía. Empecemos por respetarnos.
Un día como hoy, donde todos y todas, sin exclusión, celebramos un día de libertad: la bandera de la derecha más moderna y vanguardista. La libertad de cada persona debe estar por encima de todo, siempre y cuando no afecte a la del resto, y ahí la derecha hija de la democracia ha sabido jugar muy bien su papel.
Somos afortunados de tener una de las sociedades más abiertas del mundo. España vive en una especie de oasis de tolerancia de la que no todos nuestros vecinos disfrutan. Al sur lindamos con sociedades ancladas en el pasado por capricho de sus autócratas gobernantes. Y, al norte, Europa era el reducto de libertad más grande que existía, hoy parcialmente eclipsado por la adopción de políticas aperturistas a vicios autoritarios e intolerantes de otras latitudes. Pero la sociedad debe seguir avanzando y todo pasa, como decía, por la educación. Porque aún hay mucho trabajo por hacer y mucho camino por recorrer hasta erradicar el odio. Un objetivo que exige desprendernos de la colectivización izquierdista que nos convierte en conglomerados sin alma, sin ansias de prosperar y sin espíritu crítico.
Por la libertad de todo ser humano. Por nosotros.
Comparte la noticia
Categorías de la noticia