Susana Gisbert.
Acabamos de pasar
esa noche que toda la vida había sido la de difuntos y ahora se ha convertido
en una macrofiesta monstruosa que nada tiene que ver con la vigilia y el
recogimiento. No es de extrañar que, visto lo visto, se haya acabado
prefiriendo la moda anglosajona de fiesta y disfraces que la sobriedad patria
de visitar cementerios y rezar por los muertos.
A mí no me parece
mal. Lo cortés no quita lo valiente, aunque algunos de los que iban disfrazados
se lo tendrían que hacer mirar antes de salir a la calle. Pero, por desgracia,
hay cosas que dan mucho más miedo que el zombie más terrorífico. Y que tenemos
bien cerquita, por cierto. Amargándonos la vida y dándonos sustos un día sí y
otro también.
Nunca he entendido
demasiado bien eso de “¿truco o trato?”. No sé si por una mala traducción
gramatical o porque nuestra mentalidad es diferente. O tal vez porque yo sea
una protestona si remedio. Pero a mí me parece que aquí hay mucho truco, pero
poco trato.
Porque seguro que
tiene truco eso de decirnos que nos apretemos el cinturón mientras los mismos
que lo dicen no hacen más que hacer más agujeros al suyo para que les quepan
todas sus ganancias y todo su ego. Porque tiene truco eso de afirmar que nos
estamos recuperando de la crisis mientras la gente sigue viendo desparecer,
como un verdadero truco de prestidigitación, su poder adquisitivo y hasta su
puesto de trabajo. Y truco tienen también esas tarjetitas negras con las que,
cual varita mágica, se podía acceder a cualquier cosa en tiempos en que la
mayoría de gente llegaba reptando a fin de mes. Y un truco magistral es, sin
duda alguna, la volatilización del dinero que, él solito, vuela hacia el paraíso…
fiscal.
Y no se acaban ahí
los conejos de la chistera de estos magos –o mejor, brujos- actuales. Sólo un
grandioso truco podría explicar cómo nos dicen que invierten en investigación y
nuestros científicos se ven obligados a irse al extranjero, cómo se afirma que
existe una firme apuesta por la cultura y los artistas se mueren de hambre
ahogados por el IVA y la falta de ayudas y promoción, cómo se sostiene que
nuestra sanidad no sufre por los recortes y en cuanto hay una crisis se
desencadena el desastre, cómo se posicionan como adalides contra la corrupción
mientras escamotean medios personales y materiales a la justicia, por más que
digan lo contrario.
Pero el mayor de los
trucos es ése por el que, por arte de birlibirloque, muchos mandamases se han
transformado en imputados, y han convertido su despacho y su chófer en la sala
de vistas de un juzgado y, hasta algunos, su lujosa mansión en una celda. Ese
si que es un buen truco, y no la calabaza convertida en carroza de la
Cenicienta.
Así que lo dicho.
Mucho truco y poco trato. Esperemos que por poco tiempo.
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