Algunos de ustedes creerán al leer estas líneas que soy una nostálgica, o lo que es peor una tremendista que manda un mensaje hiperbólico y extremo, una persona que exagera la realidad hasta el punto de deformarla, siempre apelando a la negatividad.
Una de las cosas buenas que nos llegan con la edad es la clarividencia, la facultad de percibir las cosas con total nitidez y en algunos casos anticiparnos a ellas, pero no hay que ser adivino ni alarmista para percatarse de cómo está nuestro mundo, vaya por delante que no pertenezco a ningún grupo ecologista ni político y que tengo la esperanza de que podamos revertir el daño que hemos hecho a nuestro planeta, pero para curar una enfermedad primero hay que reconocer que la tenemos y después aplicar el tratamiento.
La reducción de la biodiversidad, los cambios profundos en el funcionamiento de los ecosistemas, la contaminación junto con el calentamiento global, las sequías en parte producidas por la tala indiscriminada de árboles nos pasa una altísima factura.
Vamos a dejar a nuestros hijos un mundo infinitamente peor que el que heredamos de nuestros padres.
El principal causante de la destrucción de nuestro planeta es el hombre, por eso la tierra necesita que los seres humanos corrijamos nuestro comportamiento.
Solo el reconocimiento general del problema por parte de la ciudadanía (independientemente de sus ideas políticas) tiene que imperar, la responsabilidad colectiva es necesaria, cualquier acción puede revertir en beneficios por pequeña que sea, pero para eso necesitamos unirnos.
“Muchos pocos hacen un mucho”.
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Siento que se va la vida, corriendo y a borbotones,
en un mundo que se acaba, sin ética ni valores.
Desoímos enseñanzas que dieron nuestros mayores
y destruimos la tierra, los animales, las flores.
El aire lo envenenamos, invocando mil razones
y en pro del progreso hicimos sinfín de devastaciones.
Todo nos pasó factura, todo son lamentaciones.
Sueño que aún queda tiempo de enmendar nuestros errores, de corregir los agravios, de alcanzar nuevos favores,
de conciencia colectiva, de intento desesperado
de sentir nuestros los viejos y los sueños mutilados.
Despertemos a la vida, unámonos como hermanos,
se lo debemos a ellos, a nuestros niños y ancianos
pero queda poco tiempo ¡¡Corramos, por Dios, corramos!!