Ángeles Sanmiguel /EPDA Acontecimientos emanados desde la esfera del poder han configurado un espacio alterativo a la realidad y el racional criterio llegando al punto en el que la mayor parte de la población del país transita por una carpetovetónica confluencia de ideas imbuidas que les otorgan el placebo del confort absoluto o la sumisa indefensión. Al otro lado del espejo, ese que inmemorialmente sirvió como rechazo para entes diabólicos o calabozo de visiones demoníacas, en esa otra faceta, el hilo de la vida sosegada y rutinaria puede segarse en cualquier instante mediante transacciones financieras y políticas de vileza incalculable. Convertir a la mayor parte de la humanidad en utensilios para la astronómica codicia, en eras pretéritas, tuvo su desarrollo y fanatismo, actualmente, en el siglo veintiuno, facetas poligonales de dicha costumbre absolutista se consolidan con sinvergonzonería y altanería. Desconcierto y desamparo trastocan el regular funcionamiento neuronal de quienes no pueden zafarse del torbellino vírico que les engulle sin haber avistado lo que se les venía encima. Un agujero negro insaciable, agigantado progresivamente, se enseñorea con los plácemes de maniobras institucionalizadas y en su vorágine, lo ajeno es nada. ¿Qué se puede hacer ante la hidra que multiplica sus cabezas con cada tajo? Cabezas y más cabezas con descomunales fauces abiertas, incansablemente feroces, aberrantes y escabrosas conforman el artificio para desmembrar voluntades y deontologías engendrando en las conciencias oasis de autocomplacencia y la recreación de otros universos de valores donde secuaces se escabullen de padecer la realidad aumentada del caos y de tejidas crisis adecuadas a las sumas estrategias. John F. Kennedy, expresidente de los Estados Unidos comentaría que “escrita en chino, la palabra “crisis” se compone de dos caracteres, uno representa peligro y el otro representa oportunidad”.
Ecocidios, asesinatos de personas mayores recluidas, mercadeo de la tortura animal, negocios de guerra, tráfico de mujeres, conexiones mafiosas, aberraciones inmobiliarias y otras holografías del mal han maridado con las esferas del poder sin causar acidez alguna. Como pasando de refilón por la existencia tridimensional, personajes de abstracta empatía e indefinible moral flotan sobre las testas del resto de personas observando, desde una exclusiva grada deportiva o el despacho más tecnificado, y sólo de vez en cuando, que el hormiguero sigue produciendo sin que sudores y lágrimas les salpiquen.
En la nigromancia del capital ninguna sensibilidad sobrevive. Ectoplasmáticos conglomerados financieros encubren tétricas mentes impasibles ante todo lo que no suponga un déficit en su estatus y ganancia. Pronto los submundos se verán empujados al colateral enfrentamiento otorgando espectáculo con su suplicio a estos especímenes que nada tienen que ver con el resto de organismos coetáneos. Cuando la evolución sea trastocada en todos sus requerimientos como ecosistema social, llegará el momento de la aniquilación como entidad colectiva, la caverna como escondrijo con sus platónicas sombras adocenando en la involución y el encadenamiento de libertades. Sin medios de subsistencia, del subsuelo brotará hiel, de los mares y océanos tarquín y, entonces, las migajas repartidas por oráculos embriagados de prepotencia y falsedad se convertirán en manjar, un maná esclavizador del pueblo que, en su trastorno, trocará en necio idólatra, imbéciles sin recursos psicológicos para cruzar al otro lado de la fisura social y arrebatar el vellocino de oro del libre pensamiento. Difícil empresa la desmomificación de cerebros tras haber sido macerados con el agua de jerc, embriagadora como el aguardiente de caña, aromática como las flores, vital como la sangre y el agua.
Antes de que la robótica se entronice y adquiera la inviolabilidad totalitaria, quienes crean pavores y oscurantismos desoladores precisaran irrefutablemente del hormiguero al igual que el universo precisa de la expansión.
El potente “efecto Mandela” subyuga con otras realidades de una misma cosa alertando de la farsa al durmiente, más allá de lo que “la mano invisible” haya instalado, constituyéndose en posible escapatoria del menguante país de las maravillas donde, una y otra vez, cualquier sombrerero loco, o su disimulado vasallo, el señor conejo, repiten rituales llegando el punto de provocar una insondable y pandémica apatía. ¿Cómo poder adquirir la imprescindible precognición ante embates de la codicia? “Si un hecho o evento puede ser predicho, entonces, ¿ese evento ocurre por casualidad?” cuestiona Alan Vaughan; habrá que desclasificar muchos documentos de la posguerra española, aquellos que se salvaron de ser quemados.
Descubrir una puerta temporal que valore los conocimientos aquilatados por la humanidad podría ser la fórmula que impida perder el tuétano de lo básicamente imprescindible ante aberraciones como las dictadas contra la integridad y salvaguarda del planeta, de la tierra, de los ecosistemas, del Ártico, de Alaska, de Canarias. Otros universos ya posicionados de manera fehaciente, engendrados en una explosión de crueles incontinencias humanas, han posibilitado que hasta las ondas generadores del todo primigenio sean pasto de manipulación. El filósofo británico Bertrand Russel afirmaría: “La vida es una pifia tras otra”.
Comparte la noticia
Categorías de la noticia