Nacho LatorreDoscientos años cumplimos del inicio del Trienio Liberal (1820-1823), cuando se reinstauró la Constitución de Cádiz de 1812, que dos años después abolió el felón Fernando VII (rey pésimo donde los hubiere) y volvió a suprimir en 1823. La “Pepa”, así nombrada porque fue parida un 19 de marzo, marcó un antes y después en la Historia de España. Fue una constitución avanzada a su tiempo y que nos situaba a la par con los países pioneros de la representación política contemporánea. Suprimía el Antiguo Régimen y la monarquía absoluta, apostaba por una monarquía constitucional o limitada y acuñaba conceptos como soberanía nacional, división de poderes y libertad de imprenta. Oiga, lo nunca visto en el solar patrio.
Y no se quedó sólo en eso. La Constitución de Cádiz creyó e impulsó el municipalismo, como manifestó Canga Argüelles en el discurso preliminar: “Los vecinos de los pueblos son las únicas personas que conocen los medios de promover sus propios intereses y nadie mejor que ellos es capaz de adoptar las medidas oportunas...”.
Así pues, la Constitución favoreció la creación de municipios por todo el espacio hispano. Obligatoriamente debía ser municipio cada pueblo con más de mil almas (bien le vino a Venta del Moro en 1813) y los que no llegaran a ese número también se le ponían facilidades y así hace doscientos años consiguieron su primera municipalidad Caudete y Fuenterrobles (enhorabuena).
Y viene todo esto a cuento porque la maldita “bicha” ha visibilizado el papel de los municipios como entidades más cercanas a los verdaderos intereses de los ciudadanos y que, en general, han estado al pie del cañón en estos tiempos de pandemia llegando allí donde no llegaban las administraciones superiores. Y los vacíos no eran menores.
Sin embargo, no hace mucho, en la crisis de 2007, muchas voces apostaron por la supresión de los pequeños municipios para crear grandes municipios que ahorraran costes de políticos, funcionarios, servicios, etc. Como si tuvieran la culpa los pequeños pueblos de la gran crisis financiera provocada por los tiburones del capital. Estas ideas, salidas de las urbes claro está, no tenían en cuenta que los pequeños municipios ya comparten servicios y funcionarios; que gran parte de los munícipes no cobran o lo hacen con unos sueldos bastante austeros y que, en general, en los pueblos pequeños se hace la “cuenta de la vieja”: tanto tengo, tanto gasto. De esta forma, los vecinos que viven/vivimos en pequeños municipios no estamos desamparados ante grandes administraciones que poco iban a velar o velan por nuestros intereses.
Más aún. La perversa ley Montoro impedía que los municipios ahorradores gastaran su superávit y remanentes en mejorar la vida de sus vecinos, teniéndolos que guardar con llave en los bancos a beneficio de ellos sabrán quién. Y aún peor, en la presente crisis pandémica, ha habido un intento fracasado gubernamental de aprovecharse de esos remanentes de los municipios. ¿Pero no eran los pequeños municipios un gasto desbordado a evitar en la crisis de 2007? ¿y ahora esos municipios con los ahorros que no les han dejado gastar tenían que solventar parte del agujero económico? ¿En qué quedamos?
En pleno confinamiento y crisis de la COVID-19 se ha revelado la importancia del municipalismo. Lo hemos visto, munícipes preocupados por la salud de sus vecinos y vecinas: repartiendo mascarillas a toda la población, facilitando las compras de alimentación a las personas mayores, fumigando el viario, avisando a la población de normativa específica difícil de digerir para un lego, haciendo casi de psicólogos ante situaciones de ansiedad, organizando la desescalada de los servicios públicos (ayuntamiento, escuela, piscinas...) ¿Cómo hubieran llegado a todo esto las administraciones supramunicipales...? Pues témome que no hubieran llegado. Incluso ha surgido una red de solidaridad comarcal de los ayuntamientos compartiendo medidas, noticias, incertidumbres, mascarillas, solidaridad vecinal... Así que no hagan caso a los gurús que quieren matar moscas a cañonazos suprimiendo los municipios que ya vieron muy necesarios en su día los diputados doceañistas reunidos en Cádiz. ¿Municipalismo? Hoy aún más necesario que ayer.
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