Susana Gisbert. EPDAPertenezco a la generación de las muñecas de Famosa. Y no me refiero a Nancy o Barriguitas, que también, sino a quienes recordamos todavía aquel anuncio en que las muñecas se dirigían al portal, con sus pasitos robotizados y su imagen en blanco y negro. Estoy segura de que más de una persona podrá repetir de corrido, como yo, la cancioncilla de aquel anuncio.
Eran otros tiempos. Nos hemos hecho mayores, al mismo tiempo que las burbujas Freixenet se reinventaban cada año para traernos a famosos y famosas entre bailarinas vestidas de brilli brilli. Cada año el anuncio se anunciaba, valga la redundancia, como uno de los más celebrados estrenos televisivos. No solo brindaban con cava, sino que, para hacerlo, tiraban la casa por la ventana.
La Navidad lo merecía. Para eso, cada año una marca de turrones nos traía a los hijos e hijas pródigos que volvían a casa por navidad, desde los que volvían del servicio militar - ¿quién recuerda eso ahora? - hasta quienes lo hacían por trabajo o estudios.
Y es que los anuncios eran parte importante de nuestras vidas. En un mundo donde solo existía una cadena -o dos, con la UHF, hoy la 2- que no solo era el entretenimiento nacional, sino que, además, emitía publicidad, el contenido de los anuncios era un bien -o mal- universal. No olvidemos aquello de "soberano es cosa de hombres" que hoy nos haría tirarnos de los pelos.
Las cosas ya no son como eran. Ya no hay una sola cadena, no es la única manera de ver películas y la tele pública no tiene anuncios. Hoy ya nadie juega a adivinar los anuncios, un entretenimiento con el que pasábamos horas. Pero este año los cambios son mucho mayores. Además del inexorable paso del tiempo, algo tan inaudito como una pandemia ha pasado a ser nuestra preocupación diaria. Y, lo que es peor, la causa por la que habrá muchas sillas vacías en muchas mesas.
Lo sucedido ha incidido, cómo no, en esa publicidad que todavía resiste. La lotería refleja lo vivido y coloca ahí su pellizco de emoción, y Campofrío se atreve con el humor negro. Pero no hay burbujas doradas, ni aquella alegría despreocupada que representaban.
Quién nos iba a decir lo que pasaría cuando brindábamos por un próspero 2020. Ahora solo dan ganas de que acabe, y se lleve consigo todas sus desgracias. Que el 2021 sea el año de la vacuna y de la recuperación de nuestras vidas.
Ojalá el año próximo volvamos a brindar con burbujas doradas y aquella alegría con la que las muñecas de Famosa se dirigían al portal.
Comparte la noticia
Categorías de la noticia