Jaime García. “Banda de criminales”, así
llama Rosa Montero a la
Iglesia en el diario El País. La izquierda, a lo Voltaire,
intenta contrarrestar, con sagaz retórica, la hegemonía que aún posee la Iglesia Católica
en la conciencia española. Para ellos la Iglesia representa la “involución”. Es “un
retroceso intolerable”, porque no acepta los grandes proyectos morales del
aborto, matrimonio gay, ideología de género… Nos dice El País que, gracias a la
izquierda, se acepta hoy en España con normalidad un nuevo evangelio laico.
Gracias a la izquierda, la mujer tiene libertad para asesinar a su hijo no nacido.
Gracias a la izquierda hemos terminado con esa “antigualla” del matrimonio
entre un hombre y una mujer. Por fin tenemos matrimonio a la carta y podemos
elegir un matrimonio de un hombre con una mujer, de un hombre con otro hombre y
de una mujer con otra mujer.
Muy pronto, ya lo verán
ustedes, será un hecho las uniones poliándricas y poligínicas. Nos dan a
entender que el creced y multiplicaos de la Biblia es un cuento chino. ¡Qué sabría Dios de
estas cosas!
¿Y qué me dicen de la fe en
Dios?... Los nuevos volterianos explican que la fe debe quedar relegada al
ámbito familiar y jamás debe interferir la vida política. No importa que algunos
afirmen que la espina dorsal de nuestra cultura es la religión católica. Eso
fue, dicen en tiempos pasados. Oí decir a uno de estos señores que diéramos
gracias que aquí no se persigue la religión católica. Desean que la religión
desaparezca de nuestras escuelas, universidades y de la vida pública. El Sr.
Peces Barbas, socialista, decía que “los católicos sólo entienden el palo”.
Quisiera ver yo a estos señores prohibiendo las procesiones de Semana Santa,
las fiestas de San José, la peregrinación al Rocío… ese falso progresismo de
perfiles nihilistas pretende arrinconar esas tradiciones cristianas, pero no se
atreven a ponerle el cascabel al gato ¡Los votos son los votos! Hacen
perfectamente el juego del camaleón.
Cierto que cada día es más
difícil manifestar nuestra fe. Hoy ser agnóstico o ateo da un cierto caché
cultural. Suprimir la religión de los centros docentes, retirar los crucifijos
de las universidades y de los lugares públicos, gritar que desaparezca la cruz
del Valle de los Caídos, prohibir la religión en las escuelas, exponer imágenes
blasfemas… todo ello enerva y entusiasma a cierto sector. Se ha publicado un
libro titulado Humor cristiano de un tal Alberto González Vázquez quién, con
recortes de periódicos, viste a Cristo de torero, boxeador, bailarina… Esta
mofa blasfema se ofreció en el programa El intermedio de la TV la Sexta. Otro señor llamado
Javier Krah emitió por Canal Plus un corto que decía: “cómo cocinar un
crucifijo”. Yo me pregunto ¿por qué no se atreven a vestir de bailarina al
profeta Mahoma?...
Extrañan muchas cosas que
suceden en nuestras calles. Nos perturba el comportamiento de nuestros jóvenes.
Muchos padres no saben qué hacer. Hay un creciente relativismo moral. Cada
vez más los jóvenes se alejan de la Iglesia. Algunos ni siquiera han entrado. Tienen
alergia al compromiso. En nuestra sociedad predomina hoy la palabra del hombre
frente a la palabra de Dios. Hoy con la razón se pretende silenciar la fe.
En la Declaración Universal
de los Derechos Humanos, Art. 18, se dice: “toda persona tiene derecho a la
libertad de pensamiento, de creencia y de religión. Este derecho incluye la
libertad de manifestar su religión o su creencia, individual o colectivamente,
tanto en público como en privado”. Vengo a manifestar que nuestro Estado es
aconfesional y no un estado laicista. El aconfesional no se define por el hecho
religioso, pero lo respeta. Permite que los ciudadanos realicen con libertad
los actos religiosos. A Dios lo que es de Dios y a César lo que es del César.
Un estado laicista es algo muy diferente. El Estado pretende controlar el
hecho religioso, que considera un peligro social y político e impide su
crecimiento y exteriorización y obliga que sus manifestaciones sean sólo
privadas. España, de acuerdo con su Constitución, es un estado aconfesional y
no un estado laicista. Por tanto, todos aquellos que ponen piedrecitas en la
rueda de nuestra religión están conculcando la Constitución y la Declaración Universal
de los Derechos Humanos.
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