Borja Sanjuan. EPDALa vacuna contra el fanatismo pasa por aprender a vivir en mundos abiertos, alejarnos de certezas inequívocas y huir de la tentación de acomodarnos en círculos cerrados. La reflexión no es mía, sino de Amos Oz. Un pensador que construyó su libertad a base de reclamar el derecho a establecer los matices necesarios a una realidad terriblemente compleja. Un matiz que implica la empatía. La capacidad de pensar que la opinión del adversario sobre tus propuestas, ideas o reflexiones puede parecerle a él definitiva como te parecen a ti mismo tus propios pensamientos sobre las suyas.
Sí; los mundos abiertos exigen abrir caminos al matiz y, necesariamente, a la empatía. Y este mundo Covid, el momento en el que vivimos, constituye un buen ejemplo mundo abierto. Lo es por la incertidumbre, también por el miedo que provoca no tener todas las respuestas, ni saber a ciencia cierta cuánto, ni cómo va a alterar este episodio nuestras sociedades. Este mundo Covid es una bifurcación entre esa empatía y el fanatismo.
Creo que lo ha entendido bien el President Ximo Puig. Precisamente un seguidor del escritor israelí, que incluso regaló alguna de sus obras a otros líderes políticos en la anterior legislatura. Ha visto antes que otros que los límites de los apoyos deseados deben ir más allá de quienes ya estamos. Que, incluso la aritmética no haga matemáticamente imprescindible sumar nuevas voces para aprobar los próximos presupuestos, la situación lo requiere. Incluso ha propuesto que los socialistas apoyen los presupuestos en los ayuntamientos donde no forman parte del equipo de gobierno.
También creo que acierta en ésto, aunque esta actitud le pueda acercar a ser calificado como un traidor a las esencias, por parte de los aliados, o de impostor, por parte de los adversarios. Adjetivos que pueden venir motivados por no compartir el diagnóstico de la importancia específica del momento o, no siendo tan bienintencionados, provenir de quienes son defensores precisamente del fanatismo o de quienes pretenden buscar rédito en la polarización. Sería más fácil no intentarlo, pero también sería cerrar los ojos a que fuera hay una peligrosa mezcla de temor y hartazgo. También sensación de que, si ahora no es posible, cuando habrá espacio para el acuerdo o que si ha sido posible el acuerdo, como lo fue en los planes de reconstrucción no existe la voluntad firme de cumplir lo pactado, aunque suponga asumir las renuncias que son imprescindibles en todas las negociaciones.
Porque, pese a que nadie estaba completamente satisfecho, se recogía la defensa de nuestro Estado del Bienestar, especialmente de nuestra sanidad pública o de la educación que hemos valorado más al comprobar la enorme desigualdad que galopa cuando se cierran las aulas. O porque seguro que todos habrían puesto algún acento diferente, pero se reconocía la necesidad de que el sector público empuje al privado, especialmente cuando se gripa el crecimiento en períodos de crisis. También que ese crecimiento ha de respetar un planeta que no nos dará segundas oportunidades. Los pactos de reconstrucción, donde han sido posibles, han sido el embrión político de un nuevo contrato social.
Y València, por necesidad y por oportunidad, no es ajena a este momento. Por eso, los próximos presupuestos de la ciudad no debemos intentarlos hacer solos como Gobierno, aunque también tengamos mayoría suficiente para ello. No porque no tengamos diferencias, sino porque necesitamos una tregua política en este escenario de confrontación que, al menos, dure lo que cueste superar este episodio de pandemia. Un momento de pausa que sirva para acordar algunas bases de una ciudad que, como el resto del mundo, será diferente a la que recordamos de marzo. No es una necesidad matemática, pero si empática con todas las personas que ahí fuera de la burbuja partidista sí entienden que estamos ante una situación excepcional.
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