Amparo Sampedro Hace un par de días, Daniel Innerarity, catedrático de Filosofía Política, escribió: “Cuanto peor sea tu valoración del adversario que te ha ganado, más estúpida es tu derrota. Cuanto peor sea tu valoración del adversario al que has ganado, menos valor tiene tu victoria.”
Menospreciar lo que políticamente detestamos no impide que exista y, como ha pasado en la Comunidad de Madrid, subestimar lo que se aborrece puede multiplicar su presencia.
Nunca me ha gustado que se dijera que la candidata del PP en Madrid “está loca” y me ha molestado sobremanera que en redes sociales y en muchas conversaciones, desde hace meses, se repitiera ese atributo para descalificar sus declaraciones y sus actos. Haciéndolo, nadie caía en la cuenta de que se la estaba eximiendo (involuntariamente) de cualquier responsabilidad personal y política, porque atribuyendo a “su locura” lo que hacía y decía todo se disolvía en la nebulosa de una conducta que ni ella misma podría controlar (porque eso es lo que hace la locura, ¿no es cierto?). No era verdad, no estaba “loca”, como se ha comprobado.
Su comportamiento, sus declaraciones, sus actuaciones, respondían a una estrategia en la que las debilidades de la candidata (una pésima situación sanitaria, una inexistente labor propositiva y legislativa o su vergonzosa residencia gratuita en un hotel de lujo durante los meses de confinamiento) se convertían en sus fortalezas (“hago lo que me da la gana”, “vivir a la madrileña”); una estrategia que también ha situado en escena amenazas inexistentes (“llegada del comunismo”, “falta de libertad”, “castigar a Madrid” etc.) para construir la oportunidad de defenderse… atacando.
El resultado ha sido un éxito rotundo al que han contribuido, sin pretenderlo, el resto de candidaturas y la colaboración necesaria y complaciente de muchos medios de comunicación. Sin todo ello, probablemente hoy no estaríamos hablando de un triunfo incontestable de la candidata del PP.
Llegan sesudos análisis en periódicos, en digitales y en las tertulias de radio y de televisión; cálculos de pérdidas y ganancias por municipios, por barrios, por calles y hasta por comunidades de vecinos. Pero, ya hemos escuchado algunas lamentaciones que tienen más que ver con la responsabilidad de los votantes que con la responsabilidad de los votados, o de los no-votados en este caso.
Despreciar lo que no entendemos no es un análisis, es un error.
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