Gustavsson, adoptado por una familia valenciana. Cuatro años. Mezcla de Pinscher-Teckel
Paula García
Paula García
Gustavsson, adoptado por una familia valenciana. Cuatro años. Mezcla de Pinscher-Teckel Éste podría ser el
reclamo de un anuncio de tantos miles que actualmente y en especial en estas
fechas festivas abundan en los televisores caseros y en las salas de cine.
Anuncios para todos los gustos, sabores y colores. Es tiempo de celebrar y
reunirnos con familia y amigos para poder compartir eso: tiempo y espacio, de
vernos las caras más allá de las llamadas cortas de saludo y despedida o un
mensaje a través del móvil y poder brindar con un buen cava valenciano (o
catalán, ciertamente no me molesta en absoluto) cara a cara, disfrutando todos
juntos.
Lo que echo de menos
son anuncios que más allá de las cosas materiales impliquen algo con más
enjundia, más calado, más etéreo, más profundo. Como el amor que siempre parece
ir ligado a la venta de un producto en estas fechas.
En este día cercano a
las fiestas para celebrar todos juntos voy a tratar un tema delicado de la manera
más delicada que pueda. Los animales. Es tiempo de regalos y más regalos, así
que muchos pequeños solicitan a sus reyes magos una “mascota” (lo pongo
entrecomillado con conciencia porque, personalmente, no me gusta denominar así
a los animales que nos acompañan en esta vida). Con toda la ingenuidad de los
más pequeños, sus progenitores les intentan cambiar de idea porque un perro,
por poner un ejemplo clásico, porque ciertos animales requieren de más cuidado
que otros: un perro no es un pez o una tortuga (ojo, yo los adoro a todos).
Los que yo llamo
“perros navideños” son un blanco muy fácil y triste. Ante la insistencia de
muchos niños, año tras año a sus reyes magos, finalmente al día siguiente de
Noche Buena aparece su regalo más preciado: un perro o un gato. No les importa
la raza (a muchos de ellos y sus progenitores) o el color o lo grande que se
hará cunado deje de ser un cachorro o sea ya un perro adulto. Tampoco les
importa que el animal provenga de una situación paupérrima de una protectora valenciana
o de otra provincia (hay muchas en España y viven de muy pocos recursos para
muchas bocas que alimentar; sobre todo gatos y perros).
Otros en cambio son
más sibaritas y requieren -y así solicitan a sus reyes magos-, un tipo
específico de perro: que sea de tal raza, tal color, tal tamaño. Un pura raza,
vamos. Respetable, como casi todo en esta vida. Desde mi punto de vista
deleznable.
¿Por qué elegir un
perro con especiales cualidades para una familia normal si hay miles (y
reitero: miles) de perros abandonados en protectoras o perreras de salubridad
infame? (Esto daría para otro tema). Creo en la adopción como creo en las
buenas personas. No estoy a favor de la compra de animales de ningún tipo.
Desde mi punto de vista, como adoptante -y mi experiencia personal-, la compra
de animales de la forma que sea (una tienda, una gran superficie que dispone
ahora de perros como reclamo para la venta, un criadero donde explotan a las
hembras para la cría de cachorros de pureza extrema) considero que comprar un
perro es como comprar algo viviente o traficar con algo viviente. Lógicamente
los perros no son plantas. Ni los bosques. Pero los estamos quemando y así
destrozando la flora y fauna de ellos. Muchos de esos perros navideños no
tendrán hogar en unos cuantos meses. Esto es un dato, no una opinión.
La venta de animales
(perros, gatos, papagallos, ratones, cobayas, etcétera) me parece un acto vil y
cargado de muy poco amor y mucho ego. Me atrevo a decir un acto ponzoñoso; pero
aquí entra la libertad de cada uno: igual que votar a un partido u a otro. Cada
cual con sus circunstancias.
Ellos, los
abandonados, esos perros que nacieron y que hacinados los colocaron en una caja
a su suerte en la huerta, o bien, cerca de un contenedor o inlcuso aquellos que
ya no sirven para la caza con lo cual son literalmente “desechados”; ellos no
son un sorteo. En todo caso un gran premio de amor, fidelidad hasta la muerte y
amistad eterna para quien los adopte.
Y los adoptantes
tienen un corazón de oro (otra gran loteria en esta vida) porque además de
salvar una vida, salvan dos -como dice un compañero: un perro sale de la
perrera para poder dar paso a otro “abandonado” que con suerte, alguien
adoptará. Ojalá estas Navidades fueran diferentes en cuanto a este tema. ¡Felices
Fiestas para todos! Adopten, no compren perros ni gatos. Ellos siempre se lo
agradecerán.
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