Jaime García.Hubo
un momento noble en nuestra historia. Los españoles, de ideas
diferentes, supieron darse la mano, sentarse alrededor de una mesa y
elaborar una Constitución. No fué fácil. Pero supieron perder
para ganar. Los españoles hemos olvidado aquel gesto que honró a
todo un pueblo y permitió iniciar una transición que nos ha dado
muchos años de paz.
Hoy,
por desgracia, algunos desean romper aquellos pactos a
trompicones y zancadillas. Hay cansancio y frustración. Se
desea un panorama político distinto. Vestidos con la estola del
progreso y de la modernidad ofrecen utopías irrealizables, prometen
meter mano a nuestra Constitución y olvidar el pacto de la
transición. Toda una falsía libertaria que muchos aplauden.
Ahí
tenemos a PODEMOS, partido formado por un grupo de intelectuales,
empapados de bolchevismo de salón, con un lenguaje
guerra-civilista, antisistema, masajeados por ciertas
televisiones a las que sólo les importa tener más share de
audición. Al igual que el Caballo de Troya, pretenden
apoderarse de España. Urden un gran engaño y han travestido su
lenguaje. Su programa es un enigma. Hoy pan y mañana hambre. Hoy
digo y mañana Diego. A la chita callando van preparando un
zafarrancho electoral, un gran baile de disfraces: slóganes
contra la “casta”, amenazas, vilipendios… igualito que hicieron
Marx, Lennin y Stalin en sus tiempos. Han descubierto una nueva
América, que intentan trasladar a España. Este garigay político
suena a música vieja. No es más que un paradigma marxista que,
como siempre, aprovecha la frustración social y la ambición de
ciertos medios informativos. Es curioso que donde este tipo de
política triunfó, caso Venezuela, hoy la vida económica está
colapsada e impera una cruel y dura dictadura.
El
Bienestar nunca llega de las revueltas y promesas, sino del
esfuerzo y del sacrificio. No creo que estos señores, como Moisés,
ofrezcan gratis el maná. Cierto que su banderín de enganche
está formado por descontentos y sufrientes que escuchan
palabras de miel como esperanza de sus vidas y abandonan sus partidos
de siempre buscando un cobijo que les ofrezca esperanza. Marx ya dijo
que “la historia siempre se repite: la primera vez es una tragedia,
la segunda es una farsa”.
A
nadie gusta que le aprieten el cinturón, mientras otros tiran de
cartera. Cierto que la política está sucia, muy sucia. Los
barómetros no benefician a los partidos tradicionales. Hay
muchas voces que claman en el desierto, desorientadas e
indignadas. Nuevos partidos se ofrecen como renovación.
Descalifican sin límites a los partidos tradicionales y
ofrecen desde fuera del poder el oro y el moro, utopías huecas
e irrealizables. Lennin decía que “la mentira es sagrada y que el
éxito del futuro se basa en el engaño”. Con bellas frases no
se resuelven los problemas. Los rayos y los truenos nunca
mejoraron nuestra tierra. Se ofrece una hidra de muchas cabezas
que aparece precisamente en los momentos de descontento. Siempre una
sociedad frustrada es una sociedad maleable. El efecto inmediato
de la frustración, dicen los psicólogos, es la agresividad contra
aquello que creemos nos ha frustrado. Cierto que hoy vivimos una
situación deprimente, de hartazgo, depresión, marasmo social.
Hemos perdido el horizonte ético. Hoy más que nunca
necesitamos confiar en un gobierno fuerte que saje la situación.
Hoy
más que nunca el pueblo español necesita inteligencia. Las promesas
pueden dar un sonoro revolcón a nuestra convivencia. Recordemos
las palabras de la madre de Boabdil a su hijo: “Llora amargamente
lo que no has sabido defender como hombre”.
Hoy
más que nunca necesitamos serenar nuestros ánimos. No pongamos
el carro antes que los bueyes. Los nuevos partidos conocen muy bien
la psicología de la gente. Saben que la situación que atravesamos
es un bocado exquisito para ellos. No tienen nada de tontos y
seguirán adaptando y cambiando sus ofertas según soplen los vientos
de las encuestas y los sondeos.
Pensamos
que tras el encanto, vendrá el desencanto. Julián Marías nos
recuerda que lo que se promete como posible debe ser “composible”,
esto es, que pueda conciliarse con el resto de la realidad.
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