Vicente Betoret.Así no. La política lingüística del
Consell de Ximo Puig está generando más controversias que aportando
soluciones en un ámbito en que los valencianos hemos convivido siempre
en un amplio consenso interlingüstico.
A los diversos recursos presentados
contra el decreto de plurilingüismo del conseller Marzá, que han
terminado con la suspensión cautelar del mismo por parte de Tribunal
Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana, se une ahora el recurso
presentado por el Gobierno de España contra el Decreto de usos
institucionales y administrativos de las lenguas oficiales de la
Generalitat, generando, cuanto menos, la duda acerca de la idoneidad y
legalidad de estas políticas.
El bilingüismo no ha sido nunca un
elemento de confrontación entre valencianos. Castellanohablantes y
valencianoparlantes hemos convivido siempre en tolerancia con quienes se
expresan en cualquiera de nuestras dos lenguas cooficiales. Es absurdo
que sea la Administración quien se esfuerce en romper ese equilibrio que
ha perdurado durante tantos años.
Los poderes públicos, y también los
ciudadanos, tenemos la obligación de conservar, promover y potenciar el
uso del valenciano, como riqueza cultural propia y exclusiva de nuestra
Comunitat. Pero eso nunca debería hacerse por la vía de la imposición y
el abuso hacia quienes optan libremente y por las razones que estimen
oportunas, por expresarse en una u otra lengua.
Los extremismos y la obligatoriedad
,vengan de donde vengan y apoyen a quien apoyen, no son el camino
adecuado para conseguir la promoción, la conservación y el uso de una
lengua.
El valenciano es parte
transcendental de nuestra riqueza cultural. Debe promoverse cuantas
actuaciones sean necesarias para defender su pervivencia, su
conservación y potenciar su uso, pero, sobre todo, debemos procurar que
los valencianos, todos los valencianos, lo tengamos como un verdadero
patrimonio cultural de nuestra Comunitat. Nunca podrá ser así si lo
promovemos como elemento de marginación entre ciudadanos.
El empecinamiento de Marzá, de Puig o de
Oltra en imponer de forma excluyente el valenciano en todos los ámbitos
de la Administración, ofreciendo distintas oportunidades a los
estudiantes valencianos en función de la lengua en que decidan cursar
sus estudios, va a estar más cerca de generar repulsa que de conseguir
el impulso social que nuestra lengua merece. Cualquier "atisbo de
discriminación", como lo calificó, en su día, el auto de suspensión
cautelar del TSJCV al Decreto de plurilingüismo, resultará, sin duda,
contraproducente para los intereses de quienes defendemos la riqueza que
supone compartir el valenciano, como lengua propia, con el castellano
como lengua compartida con el resto de españoles. ¡Así no!
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