Hector González. /EPDAComienza una
etapa en Valencia. Un cambio de gobierno tras las elecciones siempre
marca el inicio de un periodo diferente que quienes han respaldado a
los ganadores observan con optimismo e ilusión y quienes votaron a
los partidos perdedores lo contemplan con temor o resignación. La
cuestión, para las personas que vivimos en la ciudad, es que su
dirección, sus decisiones y formas, diferirán de las que la habían
gobernado estos últimos ocho años.
La nueva alcaldesa, María José Catalá, afronta unos retos tan
espectaculares como la ciudad que comandará. De San Isidro a
Benicalap, de Malilla a Benimaclet, de Tres Forques a Nazaret, de
Orriols a Patraix, la metrópoli, la principal urbe de la Comunidad
Valenciana, posee unas ventajas que han despuntado y unas carencias
que se han agudizado.
Respecto a estas
últimas, comienzan por la alarmante falta de vivienda disponible
para alquiler o compra y siguen por la necesidad de mejoras urbanas
tan básicas como reducir los solares que salpimentan y afean todos
los barrios antes citados y otros muchos o incrementar la
iluminación, la limpieza, el transporte o la seguridad.
Podríamos
alargarnos mucho más; no obstante, quien entra, después de cuatro
años de labor en la oposición, conoce con detalle lo que requiere
Valencia. Por una parte, se hallan las grandes medidas prácticas, y,
por otra, las simbólicas, aquellas que apelan al orgullo y al
sentimiento, como el apoyo a las celebraciones, cultura y
tradiciones, la finalización del nuevo Mestalla para que su imagen
de deterioro no acompañe al declive del Valencia CF o el optar a
grandes metas internacionales como la ciudad puntera que es.
Parece una labor
tan ingente como complicada de realizar. Bueno, pueden empezar por
los detalles sencillos, como poner en entredicho ese acento con el
que 17 personas, en un pleno, acordaron cargar al topónimo València,
o colocar rótulos explicativos a los principales monumentos y no
limitarse a identificar los relacionados con una efímera república.
Principalmente se trata, en la práctica, de aspirar, sin complejos
ni prejuicios, a mejorar una ciudad inigualable como la que tenemos
la suerte de disfrutar.
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