Susana Gisbert./ EPDAEsta
semana se cumplían diez años de la matanza de Utoya, un hecho que
dio lugar a la conmemoración, cada 22 de julio, del Día Europeo de
las víctimas de crímenes de odio. Un aniversario que ojala no
tuviera que recordarse porque nunca hubiera existido.
Pero
existió, y no podemos olvidarlo. Y, lo peor de todo, una tiene la
sensación que aquel odio que motivó la tragedia sigue estando en el
aire. Y no solo en Noruega, un lugar donde parecía impensable que
pudiera suceder algo así, sino mucho más cerca.
Sobre
este día hay algo que me ha preocupado mucho, muchísimo. He
preguntado a varias personas jóvenes y no tenían idea de lo que
pasó en Utoya o, a lo sumo, tenían una idea muy vaga. Su percepción
de los crímenes de odio remite al nazismo que han visto en las
películas y les parece lejano. Y, si echamos un vistazo a las
encuestas del CIS sobre nuestras preocupaciones, la cosa pinta del
mismo color.
Es
cierto que el asesinato de Samuel Luiz, cuya motivación homófoba
sigue gravitando en el aire, ha removido el avispero que nunca dejó
de existir, un avispero que no admite a quien es diferente por
cualquier razón. Pero también es cierto que existe el riesgo de que
la preocupación dure lo que la actualidad de la noticia. Y eso es
algo que no podemos consentir.
No
todo el odio son asesinatos o palizas. No es tan evidente. Nadie se
levanta un día de la cama con la idea de de cometer estos hechos sin
que antes se haya alimentado este odio durante mucho tiempo. Y contra
eso es, precisamente, contra lo que hemos de estar alerta.
Hoy
quería invitar a la reflexión. Porque, aunque nos parezca algo
ajeno, todo el mundo tiene algo que decir, algo que hacer al
respecto. Cosas como condenar los chistes que se burlan de la
diferencia, evitar comportamientos excluyentes y revisar todos esos
estereotipos que más de una vez reproducimos sin darnos cuenta o sin
darles importancias.
Cuando
de igualdad se trata, todo cuenta. Y todo cuenta porque la igualdad
es la única vacuna que acabará con la intolerancia y el odio.
Recordemos, con Martin Luther King, que es más preocupante el
silencia de los buenos que el grito de los violentos. Y que, como
dijo Galeano, “mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo
cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”. ¿A qué esperamos?
Comparte la noticia
Categorías de la noticia