Susana Gisbert. Apenas
hace unos meses, pero parecen siglos. Vivimos tan al día, tan
pendientes de la actualidad instantánea, que lo que hoy nos encoge
el corazón mañana ni siquiera dejará llaga. Porque lo que no se
interioriza no penetra.
Y
eso parece que es lo que haya pasado con eso que dieron en llamar
“crisis de refugiados”, como si se tratara de un desplome en la
Bolsa y no de una tragedia humanitaria de dimensiones cósmicas.
El
ya tristemente famosos niño de la playa nos removió las
conciencias, pero al parecer solo fue un segundo. Necesitamos que la
imagen de una criatura que podría ser nuestra para agitarnos, pero
como después de la tormenta siempre viene la calma, un par de gestos
bonitos, un poco de solidaridad de cara a la galería, y a otra
cosa mariposa.
Se
criticó hasta la extenuación -y no sin razón- a la desalmada
reportera que pateó a uno de ellos. Se le ofreció trabajo y
refugio al vilipendiado, se hicieron un par de reportajes y algún
intento -baldío- de medidas y se ha pasado página.
Pero
no basta la presión de los dedos para pasar al capítulo
siguiente de un libro que sigue encima de la mesa. Y, aunque muchos
hayan olvidado al niño de la playa y a todos los niños de la playa
que ha habido, ahí continúan pasando miserias, sufrimiento e
ignominia. De vez en cuando, nos llegan noticias que aprietan un
poco el nudo que nos causó en el alma aquella foto y que se estaba
deshaciendo a base de aflojarlo. Estas personas están sufriendo
bajas temperaturas, durmiendo en el barro, con su vida pendiente
de un hilo del que nadie parece querer tirar. Dijeron el otro día
que las mafias les animaban a salir cuando peor era el tiempo, y
hasta les hacían descuentos en ese viaje hacia ninguna parte en
el navío de la desesperación. Hasta para eso hay low cost. Que
vergüenza.
Y
mientras, desde nuestro sofá, volvemos a preocuparnos de lo de
siempre, de cómo va la liga de fútbol y de que no debemos darle
tanto al jamón o las hamburguesas porque lo ha dicho la OMS.
Pero
ellos siguen ahí, esperando una solución que no llega por el
egoísmo de algunos y la pasividad de muchos. Como sigue
ahí, en sus países de origen, los conflictos y los dramas que les
hicieron tomar la decisión de jugárselo todo a la carta de un
futuro incierto, y en la que somos más responsables de lo que
queremos admitir.
Y
no sólo los que vienen de Siria. Todos los que viene de lugares
donde el hambre, la enfermedad, las guerras o la intolerancia les
impide ejercitar el más básico derecho humano: el derecho a la
vida.
¿De
verdad vamos a seguir mirando hacia otro lado?
(twitter
@gisb_sus)
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