Susana Gisbert.Confieso que he respirado. Después de muchos veranos imponiéndonos la moda del bikini, por fin ha vuelto el traje de baño de cuerpo entero, bastante más adecuado para esconder las lorzas que el dos piezas. Porque está muy bien eso de que cada una se ponga lo que le dé la gana, pero la moda siempre nos lanza dardos difíciles de esquivar. Y lo de meter tripa entre las dos piezas del bikini acaba cansando. Es más, sé de alguna famosuela que a punto ha estado de ponerse cianótica mientras esperaba los flashes del enésimo posado robado del verano.
Lo que no sé es si los gimmasios, centros de masaje y demás templos del culto al cuerpo habrán tenido que adaptarse a los tiempos, y cambiar los términos de la famosa “operación bikini” por “operación bañador”. Y la verdad, me importa poco. Por más que me guste estar mona, ya hace tiempo que renuncié a machacarme y a emplear más tiempo de la cuenta en sudar como si no hubiera un mañana y agenciarme unas agujetas que más bien son dolorosos aguijones. Está muy bien estar sana, disfrutar con el ejercicio físico, compensar el sedentarismo y todo eso. Pero todo tiene un límite.
No obstante, no hay que cantar victoria. No pensemos que los nuevos tiempos y ese espíritu feminista que se empieza a respirar en muchos ámbitos se ha llevado consigo la esclavitud de la imagen. Nada de eso. Con bikini o sin él, con bañador y hasta con escafandra si me apuran, siguen poblando el mundo las críticas a esta o aquella cantante o actriz , que ha ganado unos kilitos o un poco de celulitis, aunque haya que buscársela ampliando la imagen y valiéndose de una lupa de tropemil aumentos.
Por supuesto, podría pensarse que las redes sociales, en especial Instagram y otras que se nutren de imágenes, han contribuido a ello. Pero no se trata de eso. No olvidemos que detrás de cada cuenta hay personas que son las que escupen su veneno en cuanto una cuelga una fotografía en la playa. Y esas personas son las peligrosas, no las redes. Como es peligroso un coche solo si quien lo conduce lo hace de modo imprudente.
En vez de criticar, deberíamos aprovechar la facilidad que las tecnologías nos dan para captar imágenes para ser más libres. El hecho de que cualquier personaje más o menos conocido pueda fotografiar, si gusta de ello, un baño en la piscina o en la playa sin filtros y sin necesidad de concertar una exclusiva con cualquier revista de papel couché donde “el primer chapuzón del verano” sea en realidad el que hace quinientos intentos del fotógrafo para que salga perfecta. Sin lorzas, pistoleras ni michelines.
Podría ser una ocasión fantástica para que las adolescentes comprobaran que todas son humanas, y no trataran de imitar esos cánones imposibles fruto del photoshop. Pero para ello, además de la iniciativa de la fotografiada, también habría que cortar esas lenguas viperinas que parecen estar al quite de cualquier trozo de carne fuera de sitio.
Ojala ese espíritu feminista del que hablaba antes se colara también en esto. Yo, de momento, me pongo mi bañador y mis chanclas a esperarlo. ¿Y tú?
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