Carlos Gil.
Como
suelo hacer, con antelación suficiente al cierre de la edición,
intentaba, el pasado martes, acabar la redacción de este artículo
de opinión. Hasta ese momento, el interés político de la semana
seguía centrado en los posibles pactos de investidura, en los
efectos de la no aceptación, temporal, de Mariano Rajoy del encargo
para formar gobierno y de las aventuras en que pretende embarcarse
Pedro Sánchez para lograr su objetivo de alcanzar la presidencia.
Sin
embargo, pocos minutos antes de esa decisión, casi irreversible, que
supone clicar el botón "enviar" de un correo electrónico,
llegaba la noticia de la operación contra la corrupción que se
estaba llevando a cabo en la provincia de Valencia. Hoy, gracias a
los avances tecnológicos, podemos conocer las noticias casi en
tiempo real y, por la gravedad de este caso, suponían una
redirección de la actualidad que dejaba en segundo plano las
negociaciones para decidir el futuro presidente del Gobierno.
Me
confieso, como ya he hecho en otras muchas ocasiones, defensor a
ultranza de la presunción de inocencia. Probablemente, haber vivido
en carne propia los efectos de un intento de linchamiento político
hacia mi persona utilizando la justicia como instrumento, me hace ver
estas cuestiones desde un punto de vista más templado que me lleva a
no atacar ni defender a nadie ni a nada, a la espera de que
transcurra el procedimiento de investigación y se determine, cuanto
menos, la verdad judicial del asunto.
La
corrupción es el peor de los castigos para quienes, de forma
honrada, íntegra y vocacional, nos dedicamos a la política en
nuestros ayuntamientos, procurando una administración pública
honrada, de servicio al ciudadano y de gestión ordenada, responsable
y eficaz de los escasos recursos disponibles en las arcas
municipales.
Días,
como el del pasado martes,son días verdaderamente negros, en
que todos los focos recalan en la sospecha indefinida de todo lo que
huele a política y a gestión pública.Sin embargo, es en
estos días más que nunca, cuando debemos defender el orgullo de
nuestra dedicación a nuestros pueblos y a nuestros vecinos, nuestro
orgullo de saber que hay mucha gente honrada trabajando en nuestros
ayuntamientos, dedicándose a procurar, día a día, una mejora
paulatina de la calidad de vida de todos.
Siempre
me ha gustado la frase que dice que hace más ruido unárbolquecae
que un bosque que crece.Dediquémonosa seguir procurando
elcrecimiento del bosque, aunque sea en silencio, pero
defendiendo nuestro orgullo, nuestra honradez y nuestro trabajo, por
encima de todos estos asuntos que podrán enturbiar la imagen, pero
no impedir que nuestro trabajo constante siga procurando unos mejores
servicios públicos de los que, todos por igual, saldremos
beneficiados.
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