La fiscal valenciana contra los delitos de Odio, Susana Gisbert. EFEEn
estos días supe de una noticia que me llenaba de sensaciones
encontradas. Este año se repartirían por última vez las Páginas
amarillas, esa publicación que formó parte de la vida de varias
generaciones, la mía entre ellas.
Las
Páginas amarillas, igual que ocurría con el listín telefónico, se
repartían cada año puerta a puerta. Además, se hacía a cambio de
entregar las del año anterior, en un ejercicio de reciclaje que
teníamos asumido como normal antes de que la (in)cultura de usar y
tirar acababa con todo. Eran los tiempos en que íbamos a comprar
huevos con un recipiente al efecto, o que retornábamos los cascos de
las bebidas a cambio de que no nos cobraran los nuevos.
Pero
las cosas fueron cambiando en pocos años mucho más de los que
habían cambiado en muchos siglos y en poco tiempo ni había hueveras
ni se retornaban los cascos, y el listín telefónico fue engullido
por Internet. La vida de las Páginas Amarillas empezaba su cuenta
atrás inexorable. Y, aunque pudiera parecer que resistirían,
castillos más altos ya habían caído, como el Círculo de lectores
que tanto tiempo nos había acompañado.
Para
quien no lo sepa, las Páginas amarillas eran una publicación de ese
color donde se anunciaban todo tipo de servicios y profesiones. Se
hacía para que resultaran fáciles de consultar cuando se necesitara
cualquier cosa, desde un fontanero hasta un traductor de suajili.
Eran, en definitiva, como el Google de la era analógica, de ese
mundo donde el significado de las palabras y la información sobre
cualquier tema se consultaba en diccionarios y enciclopedias de
papel.
Por
eso, precisamente, era cuestión de tiempo que desaparecieran. O que
lo hiciera al menos su soporte físico, ya que, según parece,
seguirán funcionando en su versión digital.
Hacía
mucho tiempo que no las consultaba, Incluso confieso que en los
últimos años alguna de sus ediciones se ha quedado virgen de
visitas con su plástico protector intacto. Todo un símbolo de otros
tiempos.
Las
Páginas amarillas eran un reducto que se mantenía, pero ya no
estarán en nuestras casas. Con ella acaba una época de cascos
retornables, de hueveras, de listines telefónicos puerta a puerta y
de esperadas visitas mensuales del Círculos de lectores.
No
siempre se puede decir que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero no
está de más echar la vista atrás y recordar que, no hace tanto
tiempo, las cosas eran muy diferentes. O tal vez no lo fueran tanto
como pensamos.
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