Susana Gisbert, fiscal y escritora. /EPDAA muchas personas, especialmente si tienen, como yo, unos añitos, la sola mención de los pajaritos, y más en verano, le lleva a evocar a María Jesús y su acordeón, que no solo fue la canción del verano hace bastantes estíos, sino que ha seguido siendo por mucho tiempo un imprescindible en verbenas y fiestas populares, más aún en Benidorm.
Pero hoy no quería hablar de esos pajaritos, o no solo de esos. Otro pajarito muy recordado, hoy y siempre, es Piolín, y su inefables “alguien ha visto un lindo gatito”. El pajarito amarillo vive con una ancianita entrañable, que cada noche tapa su jaula, en la que él se columpia feliz, para que sus alitas y sus trinos descansen hasta la mañana siguiente. Y así un día tras otro.
Eso mismo pasaba en muchos hogares, y podíamos ver en los balcones esas jaulas más o menos decoradas donde, cada mañana, jilgueros, canarios, periquitos y no sé qué especies más, llenaban con sus trinos el despertar de ciudades y pueblos.
Poco a poco fueron desapareciendo, casi sin darnos cuenta. De hecho, yo no fui consciente de ello hasta que un buen amigo me llamó a propósito de un artículo dedicado a otras aves que publiqué en este mismo medio hace unas semanas. Me contaba, compungido, que las personas mayores ya no sacaban sus pajaritos -si los siguen teniendo- al balcón porque peligra su vida. La llegada de algunas aves rapaces a ciudades y núcleos urbanos los ha convertido en una víctima propiciatoria para sus instintos naturales. Así que, después de varios casos de pajaritos muertos o desaparecidos, se acabaron los balcones. Se acabaron las jaulas al sol y los trinos mañaneros. Y se acabó, con esto, una costumbre que hacía feliz a muchas personas, sobre todo de una cierta edad.
No pretendo hacer una oda a la cautividad de estas aves, desde luego. Yo nunca he tenido pájaros, pero en las casas de mis amigas donde había, revoloteaban por la casa sin ningún problema y eran, sin lugar a dudas, uno más de la familia. Tampoco pretendo que nadie tenga en su poder especies protegidas, ni nada por el estilo. Solo contar algo que pasaba, y que se ha perdido. Y reflexionar sobre si, quizás, las cosas podrían haber sido de otro modo.
Por suerte, la abuelita de Piolín podrá seguir sacando su jaulita con columpio al balcón, mientras la pantalla de la tele le proteja de intrusos. Pero que se ande con cuidado, por si acaso.
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