Juan Benito Rodríguez Manzanares. EPDA Nadie pone en duda
que la pandemia que se declaró a principios de 2020, sigue azotando
en enero de 2021 a todo el mundo, aunque no a todo el mundo de igual
manera, pues a pesar de que la pandemia tuvo su infectado cero en la
ciudad china de Wuhan, a nueve horas de la misma, en Shanghái,
capital económica de China en la que viven multitud de ricos del
país, sólo han fallecido siete personas. Y a doce horas de Wuhan,
en Pekín, ciudad considerada el corazón cultural, social y político
de China, sólo han fallecido nueve personas.
Pero no voy a
abordar en qué país hay más fallecidos, pues en España según las
fuentes oficiales de Sanidad ya son unos 57.806 fallecidos. Aunque
siempre podría tirar mano de las fuentes extraoficiales donde los
datos varían al alza considerablemente, pero no lo voy a hacer, lo
dejaremos ahí, pues no son pocos fallecidos. Pero sí que cabe
considerar que a estos fallecidos habría que añadir todos los que
lo han hecho como «daños colaterales» del Covid. Tomemos como
ejemplo todos los fallecidos a causa de las operaciones suspendidas.
Estas personas no murieron de Covid, sino como «daños colaterales»
del Covid, pero por culpa de esta enfermedad.
Mas, había
prometido no entrar en este plano, pues el Coronavirus nos está
dejando una estela de grandes desastres que aún no podemos valorar
en su justa medida. Y tampoco voy a entrar en valorar qué país ha
gestionado peor la pandemia, pues España nunca ha estado entre los
mejores, es más, algunos diarios como «Libre Mercado», en su
edición digital del 14 de septiembre de 2020, publicaba un artículo
del analista económico y político Diego Sánchez de la Cruz,
titulado: «Cambridge hunde a Sánchez: España es el país que peor
ha gestionado la pandemia», que es demoledor.
Pero sí quiero
entrar en la «pandemia económica» que está devastando España y
llegando a extremos que comienzan a ser insoportables.
El 28 de enero de
2021, el diario digital 20 minutos en un artículo firmado por Emilio
Ordiz, afirma en su titular que «La pandemia provoca la destrucción
de 622.600 empleos en 2020 y la tasa de paro sube más de dos puntos
en un año», cifras que son más que importantes, muy muy muy
graves, pues no sólo es que la juventud no está teniendo opción a
un trabajo con el que poder llevar una vida digna, sino que incluso
los padres que eran los que velaban por que esos hijos desempleados
pudieran tener una vida digna, están comenzando a no poder ofrecer a
sus hijos un mínimo de la vida que disfrutaban antes de la pandemia.
Multitud de empresas
han desaparecido por no poder mantener los gastos que les originaban
sus negocios cerrados sin poder hacer caja para cumplir puntualmente
con ellos. Multitud de autónomos han dejado de serlo pues no pueden
seguir trabajando para ganarse la vida y con ello, poder hacer frente
a los gastos que le genera su actividad laboral.
Pero la pandemia
económica está afectando a las medianas y grandes empresas como los
cines Lys y los cines Yelmo que han cerrado sus puertas sin fijar un
día de apertura, y cuando cierra una mediana o gran empresa,
multitud de familias se ven abocadas al desempleo o acogidas a unos
ERTE que siempre se confía en que serán satisfechos puntualmente,
aunque no siempre es así.
Pero esta situación
es mucho más grave, pues además de los trabajadores directos que
pierden sus empleos, hay multitud de trabajadores indirectos que
verán mermadas sus actividades laborales, llegando al punto en que,
si son autónomos, también verán su continuidad laboral en peligro,
si son pequeñas empresas, tendrán que hacer malabares para
subsistir, y si son grandes empresas igual podrán llegar a despedir
o enviar al ERTE a algunos de sus empleados.
Al más puro «efecto
dominó», si cae una empresa es posible que arrastre al abismo o
otras empresas o autónomos, y esto puede ser una pandemia mucho más
grave que la pandemia sanitaria, pues si en una familia de cuatro
miembros hay un afectado por Coronavirus y tres trabajan, todo puede
sobrellevarse y esperar con ansiedad la sanación del familiar
afectado. Pero si en una familia de cuatro miembros los cuatros están
desempleados, aunque estén sanos llegará un momento en que ninguno
podrá comer y, cuando un pueblo llega a no poder comer, es cuando
comienza a salir a la calle a manifestarse como lo está haciendo ya
la hostelería, que es un sector que desde que comenzó la pandemia
se ha visto totalmente criminalizado, cuando otros servicios como los
transportes públicos, en la actualidad parecen que son «inmunes» a
la pandemia.
Ahora bien, tras las
manifestaciones, los manifestantes esperan de su clase política los
oiga y actúe en consecuencia, solucionando de una manera rápida y
eficaz el motivo que los ha llevado a manifestarse, en este caso,
poder abrir sus negocios con las necesarias garantías sanitarias,
para ganar dinero con el que pagar los gastos de sus negocios y
mantener a sus familias como lo habían hecho hasta ahora.
Cuando una persona,
un colectivo, un pueblo llega al punto en que no tiene nada que
comer, cuando se llega a un punto en que no se tiene nada que perder…
viene la revolución.
Sobre todo, cuando
el pueblo ve que la pandemia no está pasando ninguna factura
económica a su clase política que siguen cobrando sus millonarios
sueldos y otros «extras» puntualmente todos los meses.
Despierta España,
hay mucha basura que limpiar y mucho que reconstruir.
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