Enric Palanca. Si
el pasodoble es español, el pasodoble es Paquito el Chocolatero. Sin
duda alguna, la genial pieza de Gustavo Pascual define a la
perfección qué está pasando en España con la enésima edición de
la Cuestión Catalana.
Todos
hemos escuchado y bailado en verbenas un tema en el que se recrea la
fiesta de moros y cristianos. Los moros y cristianos, en el
pasodoble, se interpretan básicamente con dos filas paralelas de
participantes que se mueven conjuntamente adelante y atrás sin
llegar a tocarse. Frente a las filas se sitúa un cabo de escuadra
que dependiendo de su entusiasmo, dirige el vaivén de las filas con
una espumadera de paella, una escoba u otro recurso que sugiera la
esgrima de un arma. Es en todo una recreación de un drama antiguo,
el del enfrentamiento entre dos posiciones antitéticas. Catalunya y
España; moros y cristianos. En la realidad histórica, sangre, sudor
y lágrimas han forjado la relación entre los pueblos ibéricos.
Unos y otros recuerdan a Felipe V, los Dos Pedros, Espartero,
Casanova, els segadors... Pero lo de hoy en día no llega a cuajar
porque como en el baile, nadie sabe quiénes son los moros o los
cristianos: el asunto es recrear las banderas de nuestros padres con
unos intereses que pretendemos sean los de nuestros hijos. Ceder es
imposible, pues a la acometida de un bando, el otro retrocede y el
contraataque consiguiente será respondido con una retirada. Nos
vamos emplazando para la semana siguiente, diferimos la declaración
de independencia, valoramos el desarrollo orgánico de la aplicación
real del 155… En lo sucesivo adivinamos una serie de idas y venidas
con alarde marcial.
Lo
tragicómico de la situación es que ninguno de los dos bandos puede
ganar o perder y los cabos de escuadra, nuestros pelayos y vifredos
de pega, han de seguir dando órdenes sin saber cómo parar, a riesgo
de quedar como dos mamarrachos blandiendo una espumadera. Tendrán
pues que seguir provocando a las masas pretendiendo tener un plan
para quienes ya bailan por inercia. Desconocemos quién dirige o
quién se arrastra. La plaza es un clamor.
Ante
esta situación tan esperpéntica, cabe preguntarse si el número de
compases ya se ha acordado de antemano, si existe un acuerdo para que
los cabos de escuadra puedan retirarse dignamente y las filas queden
exhaustas pero dispuestas a volver otro día. De momento sigue la
música.
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