Carlos Gil.De entre las
noticias aparecidas
esta semana, fuera de las páginas de sucesos o todas aquellas
que tengan que
ver con Cataluña, una de las que me ha hecho pensar es la del
joven balear a
quien el servicio de urgencias no atendió en un colapso
pulmonar por considerar
que se trataba de una broma. No puedo imaginar la sensación
que debe generar no
poder respirar y que el servicio de emergencias te tome por un
bromista, ni la
reacción de una madre cuando su hijo le llama para despedirse
porque se muere,
pero tampoco me gustaría estar en la piel del telefonista al
enterarse de que,
aquella llamada que colgó hasta dos veces por no tomarla en
serio, era una
emergencia de verdad.
No creo que haya
sido un problema
de falta de profesionalidad, ni de interés, ni de atención.
Con casi total seguridad,
esta no era la primera “broma” que sufría el operador del
teléfono de
emergencias, el cual, harto de atender llamadas de gente que
dedica su tiempo a
hacerlo perder a los demás, actuó de forma errónea cuando la
emergencia era
cierta.
Pero aún faltaba
saber otra de
las noticias de la semana, según la cual dos adolescentes de
Barcelona
fingieron un secuestro para poder tener una tarde libre.
Aunque se tenga
dieciocho años, debe tenerse ya consciencia suficiente como
para saber que con
estas cosas no se puede jugar. Este tipo de denuncias falsas,
por afán de
protagonismo o por el motivo que sea, solo llevan a que las
Fuerzas de Seguridad
precisen unos controles previos antes de tomarse en serio una
denuncia. Y, lo
peor, es que este tiempo puede resultar precioso para resolver
con éxito algún
caso que, lamentablemente, sí que sea cierto.
Vivimos en una
sociedad muy dada
a las bromas, y eso no es malo. Pero, tristemente, en algunos
casos esas bromas
utilizan cosas serias como diana de sus “graciosas”
ocurrencias. Es bueno que
nos guste reírnos y, aún diría más, es muy bueno que nos guste
reírnos de
nosotros mismos y de aquellas cosas que nos caracterizan. Pero
de ahí a
utilizar como víctima de nuestro humor a un servicio tan serio
como es el 112 o
la policía supone generar una situación como la de la fábula
de “Pedro y el
lobo” para cuando este aviso sea real.
El problema no
es ser gracioso.
El problema es querer serlo teniendo tan poca gracia, tan poco
respeto y tan
poca responsabilidad. La repetición de mentiras, como las de
las jóvenes de
Barcelona, acaban causando situaciones como la de Baleares.
Probablemente, el
telefonista acabará pagando las consecuencias de su error,
pero, con
independencia de no haber andado muy fino, no es el principal
culpable de que
se produzcan este tipo de noticias. Habría que empezar a tomar
medidas para que
todo el mundo se tome en serio aquellos temas con los que no
se puede jugar.
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