Manuel J. Ibáñez Ferriol /EPDA Valencia tiene sus propios ritos y formas de celebrar la Pascua de Resurrección. Destaca quizás lo que conocemos como empinar el cachirulo que pasa por ser una de esas bellas tradiciones valencianas que no se deben perder, un ritual familiar de obligado cumplimiento, sobre todo el de construir un cachirulo -algo que se está perdiendo-, para disfrutar con los nuestros como lo hicieron nuestros antepasados. Y es que hubo un tiempo donde la construcción de este artilugio, para volar, era algo muy normal, si bien es cierto que también era muy común encontrar numerosos comercios de la Valencia antigua que vendiesen cachirulos o milochas.
De hecho, si había un lugar en Valencia capital donde era muy normal encontrar todo tipo de cachirulos en escaparates y parte de fachadas de edificios algunos comercios tradicionales, en vísperas de la Semana Santa, ese rincón era los alrededores de la plaza del Mercado, en un comercio de la calle de la Bolsería, donde también puede verse una imagen de una exposición de la subasta benéfica de cachirulos en 1924 pintados por artistas valencianos y que se celebraba en el Círculo de Bellas Artes para adquirir con el producto de su venta las Monas de Pascua para obsequiar a los niños pobres. Hoy, por desgracia, la venta de los cachirulos, milochas o, vulgarmente dicho como nombre más conocido y popularizado «cometas» -mal dicho-, la copan los bazares de multi precio o las jugueterías. Hay unas alusiones en la obra del dramaturgo valenciano Juan Alfonso Gil-Albors titulada: Parece que fue ayer, dónde nos describe sobre la tradición valenciana de “empinar el cachirulo”. El texto dice así: “¿Quién no ha ido alguna vez a ver cómo, en el cauce del río o en la playa, empinaba el cachirulo papá? Porque los que en verdad se divertían eran los padres, ya que los pobres pequeños tenían que conformarse con correr a recoger el cachirulo cuando caía, o a sostenerlo en lo alto para que se elevara. ¡El que gozaba tirando del hilo, casi siempre, era el papá! y a mí me parece que ahora ha vuelto con fuerza la costumbre valenciana de empinar el cachirulo ¡Sobre todo en el cauce del río o en la playa de la Malvarrosa?”
Uno de los grandes defensores de la tradiciones de la Pascua Valenciana, fue Maximiliano Thous -periodista, escritor y cineasta español, además de autor de la letra del Himno a la Exposición-, con motivo de la celebración de los días de Pascua, habló sobre “Astrología Valenciana”. Los radioyentes que sintonizaron Radio Valencia el 5 de abril de 1933 escucharon la voz de Maximiliano Thous diciendo que no tenía intención de hablar de “astrómagos”, sino sobre “astrología figurada, astrología de vuelo corto; por debajo de las nubes, pero por encima de los campanarios”, que no era otra cosa sino las célebres cometas, en sus diversas versiones valencianas: “cacherulos”, “miloches”, “abaechos” y “estreles”. En su charla radiofónica, Thous afirma que “la pareja voladora de verdadero prestigio son el cachirulo y la estrella. La milocha es una pariente pobre e ingenua. Y el abaecho es un tío desgarbado y escuálido”.
Decía, pues, lo siguiente: “Para hacer una milocha, su procedimiento era sencillo y barato: un cuadrado de papel doblado diagonalmente, donde los lados se pliegan también uniendo el borde de la línea de la diagonal. En esta se hace un doblez, a todo lo largo, para que sirva de armadura y amarre. Ya tenemos hecha la milocha que, dicho sea de paso, también se llama así en castellano. Ahora, vamos a ponerle unos tirantes: uno atado al vértice superior; dos a las alas y, si se quiere que el viento no la ponga “entreplana” un tirantito en el pliegue diagonal. En junto cuatro tirantes que deben ser bien templados y atados en un mismo nudo; ni más ni menos que se reúnen en una sola mano todas las riendas de una cuádriga. Ahora, puestos los tirantes, solo falta atar un trozo de hilo al vértice superior de la milocha y en ese hilo un dobladillo de papel que sirva de péndulo regulador para la estabilidad en el aire. El hilo que hace falta añadirle a fin de que se remonte, pero permanezca dócil a la mano del actor, deberá ser de algodón, consistencia y poco peso. Si no, sobreviene el fracaso. La ascensión depende, naturalmente, de la velocidad del viento y la destreza del remontador que, por lo regular, pertenece a la más inexperta infancia. Porque, de no ser así, no cometería la ingenuidad de tomarse tanto trabajo para que la milocha a los pocos minutos quede, inevitablemente prendida en el remate de un farol del alumbrado, -si el aeródromo es urbano-, o en los hilos del telégrafo si la elevación es intentada a campo traviesa. El abaecho tiene otra forma. Armazón de cañas en forma de cruz cristiana, forrada de papel.
Esto le da un triste aspecto cuaresmero poco agradable a la vista. Cuatro tirantes: tres en los vértices de los ángulos superiores y uno en el centro, para templar. Bajo, un colgante en forma parecida a las ristras de ajos. Hijo de mayor resistencia que el de la milocha. El cachirulo es un hexágono de papel o tela sobre un armazón de cañas. Dos vergas iguales, abiertas en aspa y una más corta, que cruza, en el centro. Así puede resultar el cachirulo esbelto achaparrado, según la silueta obtenida de la combinación de cañas. Los tirantes del cachirulo son solo tres: uno en el centro y dos en los ángulos superiores. Bajo, pende una cola cuyo mérito estriba en ser larguísima y con flecos de tela de poco peso. La combinación de colores le da mayor visibilidad. Y es un encanto ver como se cimbrea en las alturas, semejando la espina de una anguila. Se sujeta con un cordel de cáñamo, delgado y resistente. Fil de palomar, decimos en valenciano.
Empinar un cachirulo requiere especialísima destreza. Hay que saber soltar y cobrar el hilo a tiempo para que remonte el cachirulo majestuosamente. Y graduar bien la cría a fin de que no cabecee. Y sortear el contacto con otros cachirulos a fin de evitar el enredo y el lamentable fil trencat. Todavía queda la gracia de enviarle partes. Un cartón, medio naipe, un bufo, con orificio en medio, que asciende por el hilo a gran velocidad, causando la admiración de los muchachos.
Será Lo Rat Penat, la sociedad de amadors de les glories valençianes, la encargada de promocionar y recuperar en el primer cuarto del siglo XX, la costumbre de celebrar la Pascua Valenciana, sorteando unos lotes o “cistelles ab llonganiçes de pasqua, traques valençianes, panquemats, mones, ous durs, dolços de forn, Kola Kortails i una milocha per a ficarla en l´alt del cel”.
Quedan así descritos los alimentos de la Pascua, que se consumían junto a las canciones populares como la siguiente:
El día de Pascua
Pepico plorava
per que el cacherulo
no se li empinava
la tarara si,
la tarara no,
la tarara mare
que la balle yo.
Ella porta pirri,
ella porta pirri,
també el porte yo
a tarara si,
la tarara no,
a tarara mare
que la balle yo.
Mientras se cantaba, también se jugaba. Los juegos eran propios de la calle: la comba o saltar a la cuerda, las gomas, el pañuelo, churro va, y si había un trozo de suelo de terraza rojo, se dibujaba el sambori. También se hacían campeonatos de peonza, tabas, diavolo, canicas y yo-yo.
Son días de fiesta, alegría, diversión. De salir a las calles, al campo, a los jardines, acudir a las playas próximas a la ciudad y disfrutar del mejor de los ambientes: el familiar que se junta con los amigos para celebrar la Resurrección de Jesús.
Pongamos en práctica, aquellos momentos de la Pascua y no dejemos que se pierdan en el baúl de los recuerdos. Felices Pascuas.
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